domingo, 26 de julio de 2009

el alzamiento de los microbios

traducción y adaptación: Marta García-Ovalle* y Miguel Vicente

¿De dónde vienen los virus? Es la sencilla pregunta que, ante la alarma social provocada por la nueva gripe A, podría hacernos un niño. La respuesta, asimismo sencilla, es alarmante: los virus, como el resto de los patógenos, vienen de un gran manantial de enfermedades, al que también llamamos el “medioambiente”. Los adultos haríamos bien si lo dejásemos tranquilo. Que las modificaciones del medioambiente producidas por los humanos son la fuente de muchas enfermedades emergentes es el argumento central de un reciente artículo firmado por Lily Huang en la revista Newsweek.

Se habla mucho de las graves consecuencias que tiene la destrucción del ambiente para nuestro planeta y creemos conocer los efectos del cambio climático, que provoca desastres naturales: sequías, olas de calor, inundaciones. Pero la destrucción del ambiente tiene otra consecuencia que supone una seria amenaza para nuestra salud: la aparición de nuevas infecciones. Un virus puede pasar largo tiempo viviendo en las aves, luego pasarse a los cerdos y de repente infectar al hombre. Y en ese proceso ha podido adquirir genes de los virus que normalmente infectan los tres, barajarlos y conseguir una impredecible combinación que en el mejor de los casos nos es desconocida y que a veces puede ser letal.

Además de la gripe A, existen múltiples casos de infecciones emergentes que se han hecho muy conocidas a través de los medios de comunicación: el síndrome respiratorio agudo severo (SARS), la fiebre del Ébola o la gripe aviar. Como sucede en estos casos, la mayoría de las nuevas infecciones proceden de los animales. Incluso el minúsculo virus VIH, causante del sida, ha pasado de la sangre de los monos a convertirse en el destructor más eficaz de las células del sistema inmune del hombre. Esto pone de manifiesto que cualquier agente infeccioso presente en la naturaleza puede en cualquier momento sufrir una modificación que le haga capaz de infectar al hombre y, lo que es peor, que le permita transmitirse de persona a persona, de forma que pueda ser el origen de una pandemia mundial. Con potentes tóxicos y unos genes infinitamente transmutables, un solo patógeno podría someter a un cerco letal al resto del mundo viviente.

En la diversidad está la defensa

Pero la naturaleza es sabia, y ante las múltiples estrategias que tienen los microbios para atacar a los seres vivos, también proporciona incontables armas para defendernos de ellos. El conjunto de especies que pueblan la Tierra cuenta con una gran variedad de mecanismos de defensa frente a los patógenos. El problema aparece cuando los seres humanos alteran los ecosistemas, provocando la desaparición de especies.

Esta pérdida de biodiversidad conduce a la eliminación de las defensas que nos proporciona la naturaleza. Esta idea está reflejada en las investigaciones de Richard Ostfeld y Felicia Keesing, demuestran que cuanta menor diversidad de organismos hay en el planeta, mayor es nuestro riesgo de enfermar. Los investigadores llaman a este efecto el “efecto de dilución”, el cual se ha relacionado con el aumento de la incidencia de la enfermedad de Lyme en Estados Unidos. Esta enfermedad está causada por una bacteria, Borrelia burgdorferi, cuyo hospedador ideal es una especie de ratón que vive en los bosques norteamericanos. La enfermedad se transmite al hombre a través de la picadura de una garrapata infectada a partir de un ratón.

Otros animales del bosque, como las zarigüeyas, los tordos y las ardillas voladoras, también actúan como hospedadores de la bacteria, pero se llaman hospedadores incompetentes porque no transmiten la bacteria a las garrapatas de manera tan eficiente como los ratones. El aumento de la incidencia de la enfermedad en ciertas regiones de Estados Unidos ha coincidido con la destrucción de bosques, con la consiguiente desaparición de depredadores del ratón y de hospedadores incompetentes de la bacteria.

De esta manera, en las pequeñas áreas de bosques que han surgido cerca de las viviendas ha aumentado la cantidad de ratones infectados y por tanto el número de garrapatas capaces de transmitir la enfermedad al hombre.

Protección muy frágil: los bosques. Su desaparición provocada por la roturación o la excesiva explotación conduce a la práctica desertificación del suelo, ya que la mayoría de los nutrientes y materia orgánica de un bosque se encuentra por encima del suelo y en una delgada capa del mismo. Al desaparecer el bosque se rompe el equilibrio de numerosas especies lo que puede traer consecuencias sorprendentes, casi tanto como la que muestra el cartel de la iniciativa de la ciudad de Bayswater en Australia para salvar los bosques.

La alteración del equilibrio ecológico causado por el ser humano contribuye además a la rápida propagación de enfermedades. Es el caso de la malaria, la enfermedad parasitaria que causa más muertes en el mundo. Se ha visto que en las regiones que sufren procesos de deforestación, como la selva amazónica, existe un mayor número de enfermos de malaria. Esto se debe a que la destrucción de la vegetación genera condiciones ambientales que favorecen la reproducción del mosquito Anopheles, el vector que transmite el parásito causante de la enfermedad.


La deforestación también provoca que millones de personas se infecten cada año en América y Asia de leishmaniasis. En estas áreas la pérdida de los bosques ha provocado que los mosquitos que transmiten la enfermedad proliferen en las poblaciones humanas.

El agua, ambiente acosado. La destrucción de los hábitats acuáticos también puede modificar la biodiversidad y estar en el origen de nuevas enfermedades. Las enfermedades relacionadas con la mala calidad del agua, a la que van a parar el 70% de los desechos industriales de los países en desarrollo, provoca la muerte de 5000 niños cada día. Foto de la modelo Eugenia Silva en la revista Elle en español, julio de 2008.

Otro ejemplo que ilustra cómo la alteración del ambiente puede afectar a la proliferación de los vectores que transmiten enfermedades es el caso de unos caracoles portadores de unos gusanos parásitos llamados esquistosomas. Cuando se construyó en la cuenca del río Senegal la presa de Diama se produjo una reducción de la salinidad del agua, lo que causó la proliferación excesiva de los caracoles. Esto explica que en la actualidad más de 200 millones de personas padezcan esquistosomiasis en esta zona africana.

El enemigo vive en casa

Pero la extensión de las enfermedades no es algo raro que afecta tan solo a lugares exóticos, el virus de la fiebre del Nilo Occidental aterrizó en Nueva York en 1999 y ya en 2004 se había extendido hasta la orilla del Pacífico. Su hábitat son las aves y su forma de transmitirse es por medio de los mosquitos que pican a pájaros infectados y lo transmiten luego al hombre. Una de cada 150 personas infectadas sufre una enfermedad grave que afecta al sistema nervioso y puede dejar secuelas. Se ha comprobado que cuanto menor es la diversidad de las aves de un territorio la transmisión de este virus puede hasta multiplicarse por diez. En España la reciente implantación del mosquito tigre tan solo está esperando que aparezcan animales o personas infectados por las enfermedades que transmite (fiebre amarilla, dengue, Nilo Occidental) para empezar a transmitirlas con sus picaduras.

Las aves, albergue para virus viajeros. La campaña publicitaria de 2007 de la marca Diesel colocó en la plaza de San Marcos a guacamayos del trópico. ¿Fruto de una mente enfebrecida? ...no tanto, las colonias de cotorras huídas de cautividad no son ya raras en los parques de Madrid y sus alrededores.

Catálogo de patógenos.

Se estima que nuestro planeta contiene en estos momentos 1415 patógenos, de los que conocemos 217 virus, 307 hongos, 538 bacterias, 66 protozoos, y 287 tipos de gusanos. Aunque casi dos tercios de ellos afectan a especies no humanas, no se están quietos: el 75 por ciento de las enfermedades en expansión son zoonóticas, es decir que han pasado al ser humano mediante otro animal. Según William Karesh, de la sociedad para la conservación de la vida salvaje, cada año o año y medio se manifiesta una nueva enfermedad.

En las próximas décadas se prevé que aumente la frecuencia de los efectos devastadores del cambio climático y que las actividades humanas continúen degradando el medioambiente. Con toda probabilidad, esto contribuirá a la aparición de nuevas enfermedades y a la rápida diseminación de infecciones que ya existían. En palabras de Eric Chivian, director del Centro de Salud y Medioambiente Global de la Escuela de Medicina de Harvard que como miembro de los Médicos Internacionales para la Prevención de la Guerra Nuclear compartió el premio Nobel de la Paz en 1985, esto nos llevará al “Armagedón a cámara lenta”. Y lo que puede ser peor, si como ya sabemos, la biodiversidad es asimismo una diversidad de medios para defendernos, un planeta menos diverso será un planeta mas enfermo.

* Marta García-Ovalle está contratada en Biomol Informatics con fondos de la Fundación Jorge Juan para trabajar en difusión científica.

http://weblogs.madrimasd.org/microbiologia/archive/2009/07/26/122345.aspx

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