La producción militar vasca se centra, de forma principal, en el sector aeroespacial. Las tres empresas cabeceras (ITP, SENER y GAMESA AERONÁUTICA, hoy en día AERNNOVA)estan muy consolidadas
Colectivo Gazteizkoak | Eutsi | 21-2-2009 | 187 lecturas
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En 1998 publicábamos un trabajo sobre la realidad de la industria militar en Euskal Herria, valga la excusa de la reciente publicación de un nuevo trabajo que intenta actualizar aquel, para hacer un breve análisis de los cambios más significativos habidos en ésta década y señalar sus principales características en el 2008.
Un análisis inicialComenzando por el análisis superficial que nos pueden aportar los datos, cabría deducir que la realidad de la industria militar en Euskal Herria en la última década ha sufrido una profunda transformación.
El que podríamos considerar como sector tradicional de la industria militar vasca, el armero, prácticamente ha desaparecido. También ha disminuido mucho otro de los sectores tradicionales, el de los explosivos.
Por el contrario, el protagonismo de la producción militar vasca se centra, de forma principal, en el sector aeroespacial. Las tres empresas cabeceras de este sector (ITP, SENER y la antigua GAMESA AERONÁUTICA, hoy en día AERNNOVA) han consolidado su papel participando en la mayoría de programas de aeronáutica militar españoles y europeos.
Junto al dominio del sector aeroespacial, hay que señalar como otra importante novedad la fuerte entrada de las empresas vascas en el segmento de misiles, tanto de la mano de SENER como del grupo IT DEUSTO (recientemente rebautizado como OESÍA) a través de su participada TECNOBIT. Igualmente, tal y como está sucediendo en la industria militar en general, otro de los sectores vascos que apunta un cierto despegue es el de Seguridad.
Algunos de esos cambios son producto de los procesos que han tenido lugar a escala mundial (por ejemplo las transformaciones de los sistemas de armas que hacen que hoy en día dependan en gran medida de la ingeniería de sistemas y de la electrónica); europea (reagrupación de las empresas pertenecientes a los diferentes sectores de producción militar, y especial protagonismo de los programas conjuntos europeos como forma de intentar hacer frente a la industria estadounidense), o española (búsqueda de nichos concretos de producción que posibiliten la supervivencia, especializándose en partes concretas de los sistemas de armas).
Pero, por otro lado, otra gran parte de los cambios producidos tienen que ver con explicaciones más locales. Por ejemplo, el auge del subsector aeroespacial militar vasco es, en gran parte, producto de la enorme apuesta por el sector que han realizado las instituciones y organismos financieros vascos, quienes, bajo la cobertura de la modernidad, vía I+D+i, han subvencionado la puesta en marcha de centros y parques tecnológicos, fundaciones de investigación, cluster…
Todo ello propiciado por una política –tanto vasca como española y europea– que dedica miles de millones de euros a financiar costosísimos programas (Avión de Combate Europeo, Avión Europeo de Transporte Militar, Carro de Combate Leopard…), sufragados a costa de vaciar los presupuestos para los programas de I+D+i del sector civil. Sólo un ejemplo, una empresa como SAPA Placencia, cuya producción es casi 100% militar, ha recibido durante el periodo 2004-2007 sólo en subvenciones no reintegrables (dinero regalado) la escalofriante cifra de más de 7,5 millones de euros.
Los datos concretos y sus riesgos
Trasladar la realidad hasta ahora señalada a cifras concretas es, sin embargo, una tarea ardua. Pocas empresas, personas inversionistas, trabajadoras de esta industria… están dispuestas a reconocer públicamente que toman parte en el negocio de la muerte –¿por qué será?– y por eso, ocultan sus datos o los maquillan. Esto conlleva que la mayoría de las cifras que suelen aparecer no se correspondan con la realidad, dando siempre una imagen más suave, pequeña, encajable de la dimensión de la industria militar. Si, cayendo en su trampa, diéramos por buenos sus datos, estaríamos colaborando en ese lavado de imagen que persiguen. Y nada más lejos de nuestros deseos.
No obstante, y teniendo bien en cuenta esta prevención inicial, de forma aproximativa puede estimarse que en la industria militar vasca, con mayor o menor presencia, participan alrededor de un centenar de empresas (probablemente más). Que la facturación anual de estas empresas en productos militares no es inferior a los 500 millones de euros –probablemente bastante superior–, y que la importancia del sector militar vasco con respecto al estatal puede situarse en la actualidad en una horquilla de entre el 15 y el 20% del total. Aplicando esa proporción a las referencias estatales, podría establecerse una horquilla de entre 2.500 y 4.000 personas trabajando en la industria militar vasca.
En nuestro reciente trabajo hemos analizado 85 empresas (no hemos incluido las que se dedican a la denominada industria auxiliar de defensa, porporcionando víveres, uniformes, mobiliario…) cuya localización geográfica es la siguiente: 19 en Araba; 32 en Bizkaia; 24 en Gipuzkoa; 2 en Nafarroa y 8 en Iparralde.
Atendiendo a su reparto en los distintos sectores de actividad militar (y teniendo en cuenta que varias de ellas repiten en diversos sectores) nos encontramos con que 51 participan en el sector Aeroespacial; 16 en el de Material de Seguridad; 15 en Armamento y munición; 13 en Vehículos terrestres; 6 en Electrónica, Comunicaciones, Optica e informática; 5 en Servicios de Ingeniería y otras 5 en el sector Naval.
Un análisis más profundo
La observación de datos hasta ahora realizada ofrece una visión parcial de la cuestión, ya que no permite analizar ni cuáles son las principales posturas políticas y sociales ante este grave cáncer social, ni quiénes son los mercaderes de la muerte, es decir las personas con intereses en la industria militar, en su producción, venta y utilización en guerras, por depender de todo ello el que sus beneficios aumenten. Acometamos ese análisis aunque sea sucintamente.
Mientras en esta última década los poderes públicos han adoptado, como algunas de sus principales etiquetas-disfraz, una pretendida pose pacifista y una aparente vocación humanitaria, al mismo tiempo, ejercen de pilares básicos que sustentan la industria para la guerra, pues buena parte de esa industria vive de las generosísimas subvenciones y ayudas que recibe de las diversas Administraciones. Ni uno solo de los partidos políticos con algún tipo de responsabilidad pública ha dado, en estos 10 años, paso concreto alguno –al margen de declaraciones– para acabar con la industria militar vasca o, al menos, dejar de favorecerla.
Por lo que se refiere a la esfera sindical, tampoco se ha avanzado. La reivindicación de las organizaciones sindicales con respecto a la industria militar se centra en las mejoras salariales, la oposición a los despidos y el rechazo a la deslocalización de la producción de las empresas. Parecen olvidar que la defensa del sector industrial militar tiene una relación directa con la defensa de las guerras como forma de resolución de conflictos, y de las muertes indiscriminadas que conllevan. Se diría que la solidaridad sea un valor olvidado en las actuales organizaciones sindicales, que anteponen a esa solidaridad con los pueblos que padecen las guerras la continuidad de los puestos de trabajo de quienes trabajan en la industria militar –y, claro, sus votos–.
Socialmente el panorama no es mucho más alentador. En esta década hemos asistido a más o menos numerosas convocatorias sociales como forma de rechazo a algunas –las más mediáticas– de las guerras y conflictos que han tenido lugar, observando con asombro que esas llamadas a la movilización se negaban a incluir entre sus reflexiones y denuncias la más mínima referencia a nuestra responsabilidad directa como pueblo en esas guerras por, entre otras cosas, seguir manteniendo sin cuestionar la propia industria militar vasca.
En alguna medida, las propias empresas involucradas son conscientes de ello y por eso, en la dinámica de contribuir a lavar su imagen, ponen en marcha iniciativas solidarias: creando fundaciones, aportando fondos a onGs, concediendo premios o financiando becas a estudiantes del Tercer Mundo. Repugnantes ejemplos todos ellos de la hipocresía solidaria de quienes se enriquecen con la muerte.
Hay que denunciar también la complicidad y connivencia creciente de una parte del sector educativo. Cada vez es mayor la participación de Escuelas de Ingeniería en programas de aeronáutica militar, así como la cobertura que desde la universidad y algunos centros de formación profesional se le ofrece a las empresas del sector, hasta el punto de llegar en algunos casos a dejar en manos de ellas la definición de parte de los programas educativos a impartir.
Pero si queremos realmente reconocer el perfil de los mercaderes de la muerte hemos de fijar nuestra mirada en otros grupos. Por ejemplo, en la veintena de entidades financieras que invierten en las empresas vascas de producción militar, entre ellas están todas las principales cajes de ahorro vascas y, cómo no, el BBVA cuyas implicaciones en esta industria van mucho más allá de la industria vasca y española, extendiendo sus tentáculos a la industria de guerra con menos escrúpulos en su producción y exportación.
Igualmente hay que volver la vista a la clase política, especialmente hacia algunas de aquellas personas (más de una quincena y de muy diversas tendencias) que han ocupado altos cargos en las Administraciones vasca y española. Ellas figuran en no pocos de los Consejos de Administración de las empresas vascas de armamento.
Finalmente, por lo comentado hasta ahora, es vidente que las gentes antimilitaristas tampoco hemos sabido hacer el trabajo de denuncia de la industria militar que nos correspondía. Las de Gasteizkoak las primeras. Probablemente buena parte de nuestro error consista en pensar que nuestra lectura de lo que supone la industria militar vasca, es tan obvia que no requiere de trabajo explicativo, sino simplemente denuncia –con datos o con acciones–. Y la evidencia nos enseña palpablemente que no es así.
Pero ese trabajo de pedagogía social, que sin duda debemos acometer, no puede llevarnos a dulcificar nuestras denuncias para hacerlas más digeribles. Tampoco a renunciar a poner negro sobre blanco que, por ejemplo, para masacrar con bombazos inteligentes a las poblaciones, tan imprescindibles son quienes participan en parte de las labores de desarrollo y fabricación de los cazabombarderos que las transportan, como quienes fabrican las propias bombas. Ambas se necesitan mutuamente.
Renunciar a hacer entender esto a las poblaciones es quedarse en la denuncia de los efectos especiales de las películas de guerra que desde los poderes se nos venden, pero no hacer frente a lo que supone realmente la industria militar. Sólo en la medida en que sepamos asumir la implicación directa que también la industria militar vasca (fabrique piezas, partes o el total) tiene en la militarización de los conflictos hasta su conversión en guerras (el verdadero objetivo de los mercaderes de la muerte, pues es la mejor forma de vender sus productos) conseguiremos darnos cuenta de lo necesario e inaplazable de su desaparición. Y quien no abogue por esa desaparición estará colaborando –de forma pasiva, pero necesaria– con esos mercaderes de la muerte.
A pesar del hincapié realizado en la autocrítica que señalan los párrafos precedentes, seguimos confiando en que nuestra sociedad –la gente de a pie–, termine haciendo suya la denuncia de la industria militar vasca y exigiendo su desaparición como principal forma de oposición a las guerras y, sobre todo, de verdadera y eficaz solidaridad con las gentes que hoy las padecen.
Colectivo Gazteizkoak
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