domingo, 8 de junio de 2008

Una base para dos

La alianza con Estados Unidos ha sido perjudicial para Colombia en todos los campos, pero beneficiosa para la derecha que hoy representa Uribe.

Por Antonio Caballero
Fecha: 06/07/2008 -1362
Revela la revista Cambio que los militares norteamericanos, en vista de que el año que viene tienen que abandonar su base de Manta, en el Ecuador, han decidido reemplazarla por la de Palanquero, en Colombia. Así fue anunciado por el embajador de Estados Unidos en Bogotá, William Brownfield: "Hay posibilidades en la República de Colombia, sin duda alguna. Nuestro gobierno podría proponer y el anfitrión decidirá si permite este tipo de colaboración".


La base de Palanquero presentaba en principio un problema técnico: estaba "descertificada" por el gobierno de Washington porque desde ella se violaban los derechos humanos. Pero dice el embajador que ya no, que ahora está limpia, y que por consiguiente ya la puede ocupar su país. Y suena como un chiste bobo de los que han hecho tan popular a Brownfield entre los periodistas de la farándula esto de vetar bases extranjeras por cuenta de los derechos humanos, cuando donde más se violan es en las bases norteamericanas en el extranjero, limbos jurídicos dedicados a la rutinaria tortura de prisioneros clandestinos. Pero bueno. El caso es que, salvado ese obstáculo de la descertificación hipócrita, ya puede Palanquero entrar a ocupar un lugar "orgullosamente colombiano" entre, digamos, Guantánamo en Cuba, Bagram en Afganistán, y Diego García en las posesiones británicas del océano Índico, para mencionar sólo las tres más sórdidamente célebres de las bases-cárceles que ha instalado el gobierno norteamericano en medio mundo (y fuera del territorio norteamericano, para no tener que respetar sus propias leyes).

La explicación de la "recertificación" podrá ser un chiste cínico del embajador Brownfield, pero la base va en serio: si la anuncia, es porque va a instalarse. El Ministro colombiano de Defensa ya la ha negado dos veces: ¿qué más confirmación quieren ustedes? ¿Una negativa formal del presidente Álvaro Uribe, de esas que él llama pomposamente in limine, como las de su candidatura? No es necesaria. La base se nos vino encima.

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¿Para qué? Desde el punto de vista de los Estados Unidos no hay misterio, y se puede decir a la manera chistosa del embajador Brownfield: para defender los derechos humanos. Con ese pretexto en la boca, la gran superpotencia ha fajado el planeta con un cinturón de acero de bases militares instaladas en un centenar de países de todos los continentes: desde España hasta el Japón, desde Islandia hasta el África del Sur, desde las Filipinas hasta El Salvador. Se trata de tener presencia global y capacidad de intervención militar rápida en cualquier parte del mundo, dentro de la doctrina de las "dos guerras y media" que elaboró el Pentágono hace treinta años. Aunque se pierdan, como se están perdiendo la de Irak y la de Afganistán. Como diría el olímpico barón de Coubertin, "lo importante no es ganar sino participar": hace ya medio siglo el presidente Dwight Eisenhower denunció (discretamente: en su discurso de despedida) que el poder interno y externo del "complejo militaro-industrial" que domina los Estados Unidos necesita que haya guerras permanentes. Aunque se pierdan.

Y eso explica también el punto de vista de Colombia (quiero decir: del gobierno de Colombia) con respecto a la base de Palanquero. Su interés es doble: estratégico y táctico. En lo estratégico sirve para reforzar la tradicional alianza que ha existido, tácitamente desde la compensación del robo de Panamá en 1910 y oficialmente desde la Conferencia Panamericana de Bogotá de 1948 y su 'bogotazo' incorporado, entre los Estados Unidos y Colombia. Alianza que, como muestra la historia, ha sido gravemente perjudicial para Colombia en todos los campos imaginables, pero muy beneficiosa para determinados sectores sociales: los de la derecha política, económica y financiera que hoy representa el gobierno de Uribe. Y en lo táctico, la base de Palanquero sirve para darle respaldo a ese mismo gobierno en las dos guerras que libra: contra el narcotráfico y contra la subversión que ahora recibe el nombre de terrorismo.

Aunque no sé si no es abusar de las palabras llamar "táctica" a una guerra que dura ya treinta años, y a otra que ya lleva cincuenta.

Esas dos guerras son por supuesto, en su mayor medida, resultado de la misma perniciosa alianza que en la teoría, pero no en la práctica, contribuye a solucionarlas. Y ambas están perdidas. La del narcotráfico de manera de sobra evidente hasta para el más ciego: crece el consumo, crece la producción, crece el tráfico, crece la destrucción. Y las destrucciones (morales, ecológicas, etc.) generan nuevas destrucciones, y los muertos nuevos muertos. Hasta el punto de que los daños que provoca la guerra son mayores que los que provocan el tráfico y el consumo mismo, y no se restan de ellos sino que se les suman, y de contera ayudan a mantener próspero el negocio. Un negocio que sin duda desbarata a Colombia, pero da jugosos réditos, políticos y económicos, a los Estados Unidos: a sus bancos, al Tesoro federal, a la DEA, al Departamento de Estado que lo utiliza como un látigo. Y en cuanto a la otra guerra, la dirigida contra la subversión, el hecho de que se haya perdido se mide no solamente en los ríos de sangre inútilmente derramada y en los decenios desperdiciados sino también en el hecho de que su único resultado cierto ha sido el de hacer aún mayor la sujeción de Colombia a los Estados Unidos.

Lo que pasa es que a los intermediarios (a esos sectores sociales que Uribe representa) la sujeción les conviene. Así que, para que venga la base de Palanquero, hay aceptación in limine.

www.semana.com/wf_InfoArticulo.aspx?idArt=112474

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