Los Malvados Verdes
Richard John Kenner es un profesor que dirige el Centro para el Análisis de Riesgos del prestigiado Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). No sólo duda que el cambio climático exista; está convencido de que se trata de una coartada ambientalista que oculta aviesos intereses.
Richard John Kenner no existe en la realidad. No hay en MIT ningún Centro para el Análisis de Riesgos. La organización ecoterrorista es una quimera. El científico, su centro de investigación y el complot son parte de una novela tecnothriller titulada Estado de miedo. Fue escrita en 2004 por Michael Crichton, un médico y guionista nacido en Chicago, Estados Unidos, autor de bestsellers como Parque Jurásico, y de series de televisión como ER.
Crichton es un combatiente en la cruzada contra la teoría del calentamiento global y el ecologismo político. Considera que “la gran paradoja de la era de la información es que ha concedido nueva respetabilidad a la opinión desinformada”, y piensa que tanto el ambientalismo realmente existente como el efecto invernadero expresan problemas que no son reales.
Según el escritor, “la evidencia sobre el calentamiento global por el supuesto ‘efecto invernadero' es, si la hay, muchísimo más débil de lo que sus proponentes están dispuestos a admitir”. Para él, el Protocolo de Kyoto se basa en modelos de simulación matemáticos que elaboran predicciones incumplidas.
Crichton sostiene que el ecologismo es una de las religiones más poderosas del mundo occidental, una creencia para ateos urbanos. Su fe es una reedición de las tradicionales convicciones judeocristianas profundamente conservadoras; un asunto de dogma. Aunque no se toma la molestia de sustentarlo, afirma que el ecologismo ha matado entre 10 y 30 millones de personas desde los años setenta.
En Estado de miedo el cambio climático no es un desafío para la humanidad. El verdadero peligro, según la trama de la novela, son los científicos que lo estudian y los activistas que se movilizan para tratar de frenarlo.
Estado de miedo forma parte de la ofensiva que los neoconservadores estadunidenses, las grandes trasnacionales petroleras y de la industria del automóvil, las empresas de carbón, Australia –que es la principal exportadora de carbón– y la administración de George W. Bush, han emprendido para criminalizar el ecologismo y cuestionar el cambio climático.
Tan evidente resulta esta situación que, de acuerdo con el diario londinense The Times : “A George Bush le gustaría este libro.” Por supuesto, el periódico tendría que haber agregado que eso sucedería en caso de que el mandatario leyera. The New York Times afirma que la novela se lee como una respuesta “chillona” y “absurda” de la derecha al filme El día después de mañana, que trata del calentamiento global. James Inhofe, senador republicano por Oklahoma, integrante del comité de Asuntos Medioambientales del Congreso, considera la novela de Crichton “materia de lectura imprescindible para este comité”. El senador asegura que la tesis de que las emisiones de carbono son responsables del calentamiento terrestre es “el bluff más grande perpetrado nunca contra del pueblo estadunidense”. El novelista ha sido frecuentemente invitado a charlar sobre el calentamiento global en institutos conservadores de gran influencia, como el American Enterprise Institute, y ha participado en diversos debates sobre este asunto en canales de televisión identificados con la derecha.
El Pastelazo
El Foro Económico Mundial de Davos lo nombró en 2001 Global Leader for Tomorrow. La revista Business Week lo escogió como una de las Cincuenta estrellas de Europa. La revista Time lo eligió en 2004 una de las cien personas más influyentes de 2004. Ese mismo año el Foro Económico Mundial lo designó Young Global Leader. Foreign Policy lo sitúa como el 14º intelectual más destacado del mundo. El Comité Danés sobre Deshonestidad Científica lo encontró culpable de deshonestidad subjetiva, aunque años después invalidó la decisión original. Se llama Bjorn Lomborg, nació en Dinamarca, es profesor de la Escuela de Negocios de Copenhague y es mundialmente conocido por su libro El ecologista escéptico. En 2001, en Oxford, su colega Mark Lynas le lanzó a la cara un pastel de crema.
La tesis principal que Lamborg maneja en su ensayo es que nuestro planeta parece estar bastante bien y se encuentra lejos de encontrase en peligro. Apoyó su dicho en una multitud de estadísticas y una amplia bibliografía.
El libro fue recibido con júbilo por The Economist, The Wall Street Journal y The Washington Post. En cambio, las prestigiadas revistas Nature y Scientific American le dedicaron devastadoras y documentadas críticas.
Elegido en 2002 como director del Instituto de Evaluación Medioambiental, organizó el llamado Consenso de Copenhague. Sus objetivos consistieron en priorizar los recursos de la humanidad para enfrentar los más importantes problemas. La lucha contra el cambio climático fue relegada a uno de los últimos lugares.
Lamborg es escéptico sobre la magnitud del calentamiento global. “Necesitamos –asegura– una visión más realista del impacto del cambio climático. Se está hablando de que es inminente y dramático, pero no es así. Por ejemplo, Al Gore afirma que el nivel del mar subirá seis metros, mientras que el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) afirma que subirá treinta centímetros, veinte veces menos. Tenemos que mirar el problema con perspectiva. Si echamos un vistazo a los últimos 150 años, el nivel del mar también ha subido treinta centímetros. Algo similar ocurre con el aumento de temperatura, que tampoco es tan catastrófico como apuntan algunos. En definitiva, el cambio climático es un desafío a nuestra civilización, pero no una catástrofe de proporciones gigantescas.”
“Es –afirma– un gran problema, pero hoy podemos hacer poco para cambiarlo y a un costo altísimo. Kyoto supondría reducir las emisiones de CO2 en un treinta por ciento para el 2020 en el mundo desarrollado. Pero aunque todos cumplieran, eso sólo retrasaría seis años las emisiones previstas para 2100. Y mientras, sacrificaremos casi el dos por ciento del PBI anual para cumplir. [ ... ] Con el presupuesto de sólo un año, el Tercer Mundo podría tener agua potable. Además, dado lo costosa que es hoy la reducción de CO2, sería mejor dedicar parte de nuestros esfuerzos a investigar fuentes energéticas menos contaminantes. De nuevo, hay que mostrar a la gente las prioridades verdaderas.”
Reescribiendo la Ciencia
Sucedió durante los primeros años de la administración de George W. Bush. Una línea del informe Nuestro Cambiante Planeta que decía que la tierra está viviendo grandes cambios, fue sustituida por otra en donde se sugería que podrían vivirse grandes cambios. Un párrafo donde se afirmaba que la producción energética contribuye al calentamiento fue suprimido. Una tras otra, toda evidencia políticamente inconveniente sobre calentamiento global fue eliminada, mutilada o transformada. De hecho, en un estudio sobre el calentamiento global, se hizo desaparecer el término calentamiento global. En un caso se pidió que se hicieran hasta cuatrocientas modificaciones de último minuto que cambiaban sensiblemente el sentido del texto.
El responsable de esta corrección editorial fue Philip Cooney, jefe de asesores del Consejo para la Calidad Ambiental. No es científico sino abogado. Antes de ocupar ese puesto trabajó como cabildero del Instituto Americano del Petróleo, agrupación que aglutina los intereses de la industria petrolera del Tío Sam. Ahora labora para Exxon Mobil.
La actitud de Cooney expresa un hecho más profundo que el de la simple censura sobre este asunto: el enorme desprecio de la Casa Blanca hacia la ciencia. De hecho, la administración Bush ha animado el cuestionamiento de la teoría de la evolución en el sistema escolar y ha protegido a los creacionistas.
Entre las víctimas de Cooney se encuentra el científico Rick Piltz, quien durante años ayudó a escribir “Nuestro cambiante planeta”, y trabajó para el Programa Científico sobre Cambio Climático. La reescritura de sus informes por parte de la Casa Blanca procuraba un objetivo: hacer aparecer el calentamiento global menos desafiante. Piltz denunció la manipulación semántica y renunció.
James Hansen es uno de los más destacados investigadores sobre cambio climático. Dirige el instituto que la nasa creó para el estudio del clima. Dice que “los políticos están reescribiendo la ciencia”. Asegura que la administración de Bush está bloqueando un mensaje crucial: la humanidad tiene tan sólo diez años para reducir la emisión de gases de efecto invernadero antes de que el calentamiento global se convierta en un proceso imparable. Estamos muy cerca de llegar a un período de mutación irreversible y descontrolada “En mis tres décadas de trabajar para el gobierno –advierte– nunca he sido testigo de tantas restricciones para que los científicos se puedan comunicar con el público.” Y denuncia: “No tengo la posibilidad de comunicarme libremente con la prensa.”
No son los únicos investigadores que han sufrido censura durante el gobierno de Bush. En un sondeo entre mil 600 científicos gubernamentales realizado por la Union of Concerned Scientists, se concluye que el cuarenta y seis por ciento de los encuestados fueron advertidos de no usar conceptos como calentamiento global en sus informes. El cuarenta y tres por ciento dijo que sus trabajos fueron revisados y sus conclusiones alteradas. En los hechos, se ha prohibido el uso de términos como calentamiento global o cambio de clima en los reportes oficiales.
El Comité de Supervisión y Reforma del gobierno de Estados Unidos presentó un informe en el que muestra que la actual administración ha manipulado y censurado sistemáticamente información científica relacionada con el calentamiento global con el objetivo de disminuir sus riesgos. Han censurado testimonios sobre las causas y efectos de este fenómeno, controlado el acceso a los medios de comunicación y editado los informes científicos para presentar el asunto como una cuestión de diferencia de opiniones y no de hechos.
El informe del Comité deja entrever algunos de los motivos subyacentes en este comportamiento: “En 1998, el Instituto Americano del Petróleo elaboró un Plan de Comunicación en donde se afirmaba que ‘alcanzarían la victoria si consiguiesen sembrar entre los ciudadanos la incertidumbre sobre el cambio climático, y que el reconocimiento de esta incertidumbre formase parte del punto de vista convencional del público. '” No hace falta ser muy perspicaz para concluir que el grupo de interés de la industria petrolera tuvo éxito en su empresa.
Sin embargo, no todos los investigadores tienen las convicciones de Hansen y Piltz. Los grandes intereses han encontrado científicos dispuestos a cuestionar la teoría del calentamiento global, e incluso, a calificarla de ecomentiras.
La propaganda corporativa presenta a los científicos que alertan sobre los peligros de esta amenaza como personajes ambiciosos, deshonestos e indignos de confianza. La leyenda negra construida a su alrededor señala que distorsionan los hechos científicos para engrosar los subsidios a la investigación que realizan. Curiosa ironía en un país en el que las corporaciones petroleras tienen un enorme poder.
En un primer momento, los escépticos del calentamiento global aseguraban que se trataba de un mito. En la lucha de las ideas acostumbraban decir que “por ahora no existen muchas evidencias referente al cambio climático”, o que “todavía existe mucha incertidumbre sobre la teoría del cambio climático.” Sin embargo, ante el alud de hechos en contra, ahora sostienen que el planeta se está calentando, pero que se debe a “causas naturales” y no a la acción humana.
Se trata de presentar un cuadro en el que los científicos no están de acuerdo con los diagnósticos de lo que sucede; que la comunidad se encuentra dividida; que existen dudas razonables.
Pero lo cierto es que los grandes consorcios a los que las regulaciones ambientales afectan, han repartido mucho dinero y construido una gran coalición de fuerzas contrarias al cambio climático.
Esta disputa semántica tiene una larga historia tras de sí. En 1995 los servicios públicos de Minnesota descubrieron que la industria del carbón había pagado más de 800 millones de euros a cuatro científicos que mostraban públicamente su disconformidad con el calentamiento global. Y Exxon Mobil ha gastado más de 10 millones de euros desde 1998 en una campaña de relaciones públicas contra el calentamiento global.
El Periodismo
Para amplios sectores de la nueva derecha, el fantasma del ecologismo es una especie de bestia negra. El nuevo imperativo categórico formulado por Hans Jonas de “actuar de forma que los efectos de la acción sean compatibles con la pervivencia de una vida auténticamente humana en la tierra”, es inadmisible para el capital, que sólo piensa en vivir al día, sea cual sea el eventual costo para la naturaleza y la humanidad.
Esta animadversión contra el lenguaje de la biosfera y a favor del lenguaje monetario del mercado, fue recientemente recordada por Vaclav Klaus. El presidente de la República Checa escribió en el Financial Times un artículo titulado “La libertad, y no el clima, es lo que está bajo amenaza.” Allí dice: “Como alguien que ha vivido bajo el comunismo la mayor parte de su vida, me siento obligado a decir que actualmente veo una mayor amenaza a la libertad, a la democracia, a la economía de mercado y a la prosperidad, procedente del ecologismo, no del comunismo. Esta ideología pretende reemplazar la libertad y la evolución natural de la humanidad por una especie de planificación global centralizada.”
Sin embargo, a pesar de la cruzada antiecológica, de obras como Estado de miedo, El ecologista escéptico y de la censura de la administración Bush, e l cambio climático ya no es una mera hipótesis o una opinión, sino un hecho científicamente comprobado. Las evidencias son sólidas: sólo durante los últimos treinta años la temperatura promedio de la superficie terrestre aumentó 0.6 grados centígrados; se modificaron el inicio, la duración y el final de las estaciones; aumentó en diez centímetros el nivel del mar debido al aumento de la temperatura de los océanos y al derretimiento y retracción de los glaciares. El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), creado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, y la Organización Meteorológica Mundial, ha proyectado escenarios futuros bajo distintas variables. A pesar de que los modelos elaborados tienen un alto grado de incertidumbre en el detalle, no hay duda de que en un futuro cercano la temperatura se elevará. De no tomarse medidas correctivas, la temperatura podría incrementarse entre dos y tres grados centígrados hacia el año 2050, y el nivel del mar aumentar a más de un metro, cifras aparentemente pequeñas pero de efectos devastadoras para el frágil equilibrio de nuestro ecosistema.
La preocupación por este asunto no proviene del convencimiento de que la humanidad no tiene derecho a intervenir sobre los fenómenos naturales de la forma como lo está haciendo en la actualidad. Proviene, más bien, de la conveniencia de asumir los costos económicos que implica la reducción de las emisiones de gases efecto invernadero, ya que, de no hacerlo, el precio a pagar va a ser mucho mayor.
La prensa ha desempeñado un controvertido papel en este asunto. Quienes se oponen a la teoría del calentamiento global sostienen que los periodistas han actuado con ligereza, amarillismo e irresponsabilidad a la hora de informar sobre el tema. Sin embargo, múltiples evidencias muestran que los grandes grupos mediáticos han seguido, hasta hace muy poco tiempo, el guión dictado desde el poder.
Las presiones de la industria de los combustibles fósiles a los medios de comunicación para que otorguen el mismo peso a un puñado de escépticos del calentamiento global que a los hallazgos de la IPCC no ha desaparecido. Y los medios y los periodistas han aceptado dejarse coaccionar. Decía el recientemente fallecido Norman Mailer: “Sobre los periodistas pesa un gran sentimiento de culpa. Saben que contribuyen a mantener la ligera demencia de Estados Unidos.” Y no le faltaba razón, al menos en este asunto. Durante años, la prensa de Estados Unidos abordó el tema del calentamiento global básicamente desde la perspectiva política y diplomática, ignorando los efectos del calentamiento en la agricultura, el agua, la vida vegetal y animal y la salud pública.
La prensa estadounidense ha repetido sistemáticamente la versión de que los científicos que alertan sobre el peligro del cambio global son deshonestos. “Resulta increíble –escribe Al Gore– que el público ha estado oyendo estas opiniones desacreditadas de los escépticos tanto o más de lo que han oído las ideas consensuadas por la comunidad científica global. Este hecho vergonzoso constituye una notoria mancha en la historia de los medios de prensa estadounidenses modernos y, tardíamente, muchos líderes del periodismo están dando algunos pasos para corregirlo.”
A pesar de ello, los “escépticos” del cambio global han expresado opiniones muy críticas sobre los periodistas. El recule de la cobertura informativa sobre el tema por parte de algunos medios de comunicación ha sido fuertemente cuestionado. En el mejor de los casos, se afirma que los hombres y mujeres de la prensa son responsables de practicar un periodismo descuidado y parcial.
En Estado de miedo, los reporteros son meros copiadores de boletines de prensa de los grupos ambientalistas, incapaces de contrastar la información que obtienen con otras fuentes. Es así como Peter Evans, el personaje de la novela que trabaja como abogado de una importante firma que tiene por clientes principales a organizaciones ecologistas y a un magnate que las financia, pregunta sobre un periodista que en el libro cubre temas sobre el medio ambiente: “¿Este tipo está leyendo solamente un boletín de prensa?” Y el profesor Kenner les responde: “Así es como los hacen hoy en día. Ni siquiera se molestan en cambiar una frase aquí o allá. Sólo leen la copia. Y, por supuesto, lo que dice no es verdad.” La novela narra, en el terreno de la ficción, lo que los escépticos afirman en la realidad.
Durante un programa que el canal 4 de la televisión británica proyectó titulado El gran engaño del calentamiento global, Níger Calder, ex director de New Scientist, aseguró: “Lo que me asombra, tras toda la vida dedicada al periodismo, es ver cómo los más elementales principios del periodismo parecieran haber sido olvidados en este asunto [...] tenemos toda una nueva generación de periodistas dedicados al tema medioambiental. Si la historia del calentamiento global se va a la papelera, lo mismo pasará con sus trabajos. Es así de crudo. De manera que la información tiene que hacerse más y más histérica [...] Tienen la necesidad de ser más y más estridentes.”
Cuando George W. Bush se convirtió en un cristiano renacido, le tomó un enorme cariño a una pintura de W. H. Koerner llamada Un deber que cumplir. Tanto así que su autobiografía lleva el mismo nombre. El cuadro adorna su oficina. La obra de arte representa un vaquero de nombre Charles Wesley montando a caballo, decidido a cruzar una empinada y escabrosa vereda. Según el presidente, el mensaje del jinete es que “servimos a Alguien más grande que nosotros mismos”. Es decir, para el mandatario, la misión de Wesley en el mundo fue difundir la palabra del cristianismo metodista en el oeste de Estados Unidos a finales del siglo XIX.
La vida de Charles Wesley fue, sin embargo, bastante diferente a como la ve el presidente de Estados Unidos. Según el investigador Jacob Weisberg, el vaquero del cuadro no es más que un ladrón de caballos que, después de haber sido hecho prisionero, logra escapar en Nebraska. El cuadro representa su huída.
La versión de la administración de Bush y la de los escépticos sobre el cambio climático guarda una enorme similitud con la visión que sobre el cuadro de W. H. Koerner tiene el mandatario estadounidense. Donde ellos quieren ver una labor misionera realmente se esconden los intereses de forajidos.
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