sábado, 20 de septiembre de 2008

Las guerras por el control de los recursos naturales

(*) Por Mabel G. Bustelo - Safe Democracy Found.

La abundancia de recursos naturales ha contribuido a alimentar conflictos armados en un buen número de países en desarrollo. Se trata principalmente de recursos minerales como el petróleo, los diamantes y otras piedras preciosas, pero no solamente: la lista incluye las maderas nobles, productos agrícolas como el cacao y drogas ilícitas como la cocaína y el opio. Desde Angola y la República Democrática del Congo (RDC) a Camboya, pasando por Afganistán o Colombia, un buen número de países han sufrido y sufren conflictos relacionados con el control de los recursos. Aunque en algunos casos muy graves estos conflictos finalizaron, otros siguen en marcha y muchos más pueden surgir en el futuro si no se abordan de forma eficaz. La explotación de los recursos es uno de los factores que explican por qué las guerras contemporáneas tienen un 90 por ciento de víctimas civiles. Si el objetivo son los recursos, ganar los corazones y las mentes pasa a un lugar secundario. Más aún, para establecer y mantener el control sobre esos recursos es necesario el sometimiento de la población que vive en la región, o bien usar el terror para expulsarla. El reclutamiento forzoso de niños soldados se inscribe en esta lógica de terror, así como las mutilaciones y los actos de intimidación.



Son varias las formas en que los recursos y los conflictos se interrelacionan. En algunos casos, contribuyeron a financiar y prolongar guerras que se habían iniciado por otros factores (como confrontaciones ideológicas o demandas de regiones o grupos que se consideraban abandonados por el Estado). Tras el fin de la Guerra Fría, el apoyo de las dos superpotencias a sus aliados en el Tercer Mundo disminuyó o desapareció, al quedar superada la confrontación bipolar. Los bandos en lucha se vieron así obligados a financiar la contienda con recursos locales, lo que incluye prácticas delictivas como el saqueo a la población civil o los secuestros, la apropiación indebida de ayuda humanitaria, el tráfico de drogas, y la extracción y venta de recursos naturales. En Angola, los dos bandos se financiaron respectivamente con el petróleo y los diamantes. Paradójicamente, en Mozambique, un país vecino con una guerra gemela y que no disponía de estos recursos, fue más fácil la consolidación de la paz cuando cesaron los apoyos externos.
Explotación y víctimas civiles


Otros conflictos tienen una relación incluso más directa con los recursos. Ciertos grupos alegan exclusión política o negación de derechos para iniciar la lucha, aunque en realidad pretenden lograr el control de ciertos recursos naturales (a menudo, la única fuente posible de ingresos en sociedades como muy escaso desarrollo económico). El objetivo de tomar el poder es, en estos casos, secundario o inexistente, ya que el fin principal es mantener el control de esos recursos. Un ejemplo de este tipo de conflicto fue el de Sierra Leona.
La tercera forma en que se relacionan ambas variables tiene que ver con las consecuencias de la extracción comercial de recursos. A menudo los beneficios derivados de la misma van a parar a las manos de una pequeña elite que controla el poder y que los usa para su provecho personal y no para el bienestar colectivo. Por el contrario, las poblaciones afectadas sufren las consecuencias de esa extracción (deterioro del medio ambiente, imposibilidad de continuar con las actividades tradicionales como caza o pesca, expropiaciones de tierras…), pero no son consultadas ni reciben compensación por ello. “En Sierra Leona, los diamantes fueron el detonante del conflicto y sirvieron para sostenerlo durante años” Esto puede dar lugar a conflictos, como ha ocurrido en Indonesia o en el delta del Níger.
La explotación de los recursos es uno de los factores que explican por qué las guerras contemporáneas tienen un 90 por ciento de víctimas civiles. Si el objetivo son los recursos, ganar los corazones y las mentes pasa a un lugar secundario. Más aún, para establecer y mantener el control sobre esos recursos es necesario el sometimiento de la población que vive en la región, o bien usar el terror para expulsarla. El reclutamiento forzoso de niños soldados se inscribe en esta lógica de terror, así como las mutilaciones y los actos de intimidación.

Algunos casos

Los diamantes jugaron un papel central en algunos conflictos de gran brutalidad, como Angola o Sierra Leona. En Angola, se calcula que los rebeldes de UNITA obtuvieron unos ingresos en torno a 4.000 millones de euros entre 1992 y 1998 con la venta ilegal de estas piedras preciosas.
En Sierra Leona, fueron el detonante del conflicto y sirvieron para sostenerlo durante años. En Liberia, el señor de la guerra Charles Taylor (hoy procesado por crímenes de guerra en el tribunal especial para Sierra Leona) utilizó las maderas nobles y diamantes procedentes de Sierra Leona para financiar su guerra, que provocó una cifra de 250.000 muertos. Lo mismo siguió haciendo después de su elección como presidente en 1997.

Y en Camboya, los jemeres rojos y otras facciones armadas financiaron su rebelión con recursos procedentes de la venta ilegal de madera y piedras preciosas.
La guerra de la República Democrática del Congo (RDC), y la violencia que aún hoy continúa activa en el este del país, se explican en gran parte por la disputa entre actores internos y externos por controlar la inmensa riqueza de esta zona en recursos minerales: oro, diamantes, coltán, casiterita, cobre, cobalto, madera… Quien controla a las milicias que a su vez controlan las minas obtiene grandes beneficios por la venta de estos recursos, y esto incluye a sectores políticos ligados a los Gobiernos de la propia RDC y otros como Uganda y Ruanda. Eso explica también las dificultades para avanzar en los programas de desmilitarización, y de desarme y reinserción de ex combatientes.
El petróleo está en muchas ocasiones asociado a la corrupción y permite que los Gobiernos obtengan ingresos importantes sin necesitar el apoyo de la población ni un sistema eficaz de recaudación de impuestos. A menudo este dinero, y las comisiones y sobornos que pagan las industrias extractivas, también contribuyen a financiar la violencia. China compra en torno a dos terceras partes de las exportaciones de petróleo de Sudán, y es la principal proveedora de armas al Gobierno sudanés a pesar de su responsabilidad en el conflicto y la crisis humanitaria de Darfur.


Costa de Marfil


Este país era considerado el milagro africano por su estabilidad política y económica, a pesar de estar rodeado de países en conflicto. Pero en 2002 un motín dentro de las Fuerzas Armadas escaló hasta convertirse en una rebelión a gran escala. Después de varios acuerdos de paz fallidos, el país quedó dividido en una zona norte controlada por los rebeldes y el sur controlado por el Gobierno, separados por tropas de mantenimiento de la paz de la ONU y efectivos franceses.
Los recursos han jugado un papel clave en este conflicto. Las fuerzas rebeldes explotaban las minas de diamantes, cuyo producto enviaban al mercado internacional a través de Guinea y Mali, y recaudaban fondos procedentes de los cultivos de cacao y algodón. Algo similar ocurrió en las áreas controladas por el Gobierno. Costa de Marfil exporta el 40 por ciento del cacao mundial y la mayoría de las plantaciones están en el sur. La ONU estimó que al menos el 20 por ciento del gasto militar del Gobierno estaba financiado por la industria del cacao.
El cacao está también en el origen del conflicto. Su producción se basó en la disponibilidad de mano de obra barata y de bosques vírgenes, y se incentivaba la llegada de trabajadores de países vecinos para cultivarlo. El lema era la tierra es de quien la trabaja. El método funcionó hasta que comenzaron a agotarse las zonas de bosques vírgenes y hasta que el desplome del precio mundial del café generó una importante crisis económica. En ese momento, la competencia por el acceso a la tierra –hasta entonces abundante– exacerbó las tensiones étnicas y económicas y finalmente llevó al conflicto.
Actualmente el país vive un difícil proceso de paz pero hay algunos avances positivos. El primero, que el Gobierno ha decidido publicar los ingresos estatales por el cacao, como primera medida para atajar la corrupción. El fiscal general, por su parte, ha procesado a miembros de las empresas del sector (estatales y semi-estatales) que desviaban fondos para el gasto militar. Los progresos son, sin embargo, frágiles.


La comunidad internacional cada vez más activa


La comunidad internacional ha sido cada vez más activa a la hora de reconocer este papel de los recursos en el inicio, intensidad y duración de los conflictos y, en ocasiones, ha calificado el fenómeno de amenaza para la paz y la seguridad internacional. A la vez, las graves violaciones de los derechos humanos y del Derecho Internacional Humanitario (DIH) que se producen en estos contextos han sido uno de los factores detrás del desarrollo del concepto de la responsabilidad de proteger: es decir, que existe un deber de proteger a los civiles en estos contextos cuando sus propios Estados no quieren o no pueden hacerlo.
En el marco de estos conflictos una cuestión clave es el acceso de esos recursos a los mercados internacionales, y el hecho de que en muchas ocasiones los beneficios obtenidos sirven para comprar armas con las que continuar la guerra. La ONU ha estudiado estas situaciones caso por caso y ha ido estableciendo embargos sobre diamantes, petróleo, armas, etc. Estos embargos han tenido resultados desiguales. Pero la mayor conciencia sobre los efectos de estos conflictos también ha llevado a que, desde ámbitos gubernamentales y no gubernamentales, se hayan puesto en marcha distintas iniciativas para impedir o regular el comercio de estos recursos. Un ejemplo es el Proceso Kimberley para regular el comercio de diamantes o la iniciativa Publish What You Pay que persigue la transparencia de las empresas extractivas (tales iniciativas y resultados serán abordados en un siguiente análisis). Aparte de la ONU, otras instituciones, como el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo o incluso el G-8, se han ocupado de los conflictos por recursos. Sin embargo queda mucho por hacer. Entre otras cuestiones, no se ha logrado una definición de recursos del conflicto que permita una aproximación más coherente y sistemática a estos contextos.

(*) La autora esperiodista y analista de temas internacionales. Profesora de varios posgrados en universidades españolas. Actualmente es responsable de la campaña de desarme de Greenpeace.-

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