domingo, 15 de marzo de 2009

Tras las huellas del cambio climático en la Antártida

La experiencia del platense que trabaja en la base Orcadas monitoreando los efectos del calentamiento global


El comportamiento de la fauna antártica puede ser un termómetro de los efectos que el calentamiento global produce en el ambiente antártico. Buscando ese tipo de señales, cada día el platense Mariano Spisso recorre pingüineras y participa de censos de aves y mamíferos con el objeto de monitorear posibles cambios en esos hábitos.

Y detectan indicios que tendrían vínculos con el cambio climático: por ejemplo, el desplazamiento de una especie de pingüinos típicos de la zona (los Adelia) a partir del avance de otros hasta hace poco más característicos de regiones con climas menos rigurosos, como el pingüino de barbijo.

"Son tendencias que se aprecian y que resta estudiar con más rigor para tener certezas. Pero en principio, una de las hipótesis que se manejan para explicarlas es el cambio climático", dice Spisso.

Esta es apenas una parte del trabajo que se realiza en la base Orcadas, donde se instaló en el mes de enero para desempeñarse como uno de los dos guardaparques que desarrollan tareas científicas en ese recóndito punto del país.


"En total somos 15 personas viviendo en la base, dos de los cuales nos desempeñamos como guardaparques", dice Spisso, que creció en el barrio de Gonnet y llegó a la unidad reemplazando a un compañero de escuela, el también platense Sebastián Raviculé. Allí comparte las funciones de guardaparque con el salteño Emilio Daher.

HACIA EL LARGO INVIERNO ANTARTICO

Ahora es el momento de prepararse para el largo invierno antártico y habituarse a los rigores de la vida en la base, donde, además de participar en el proyecto de Monitoreo de los Ecosistemas Antárticos, los guardaparques trabajan en un proyecto de sismología y otro que comprende el estudio de Movimiento de Placas Tectónicas.

"En el invierno los días son muy cortos y las temperaturas rondan los 30 grados bajo cero", dice Spisso antes de pasar a describir las rutinas de la base, que incluyen el mantenimiento de las instalaciones -del que participan todos los ocupantes- y la tarea de llevar nieve hasta el lugar para derretir y conseguir así agua potable.

El trabajo en las pingüineras, que los guardaparques llevan adelante hace 18 años, se hace midiendo variables tanto como éxito reproductivo, dieta, peso de los pichones y emplume: "así se determinan comportamientos que pueden dar pautas de cambios en el ambiente".

"En la zona norte de la isla se trabaja además en un proyecto con el petrel gigante. Durante el verano se tomaron muestras de sangre de ejemplares de la especie y en abril se anillan los pichones para luego estudiar el área de distribución", cuenta Spisso, cuyas experiencias son volcadas periódicamente en un blog de la edición

Todos los resultados de los análisis se envían posteriormente a la Dirección Nacional del Antártico, donde se estudian y se sacan conclusiones de los distintos proyectos.

EL TURISMO, UN ELEMENTO NUEVO

Con todo, la labor científica no es la única que ocupa a los guardaparques, dado que el crecimiento del turismo hacia la Antártida los lleva a desempeñarse también en la atención al visitante.

"La afluencia de turistas ha crecido mucho y nuestra tarea es acompañarlos y hacerles conocer un poco la historia del lugar. También estamos trabajando en el diseño y confección de cartelería para los visitantes. La idea es ir generando, de a poco, un sendero autoguiado para los viajeros", concluye.

INDICIOS

Una especie de pingüinos típicos de la zona (Adelia) retrocede a partir del avance de otros hasta hace poco más característicos de regiones con climas menos rigurosos, como el pingüino de barbijo

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