Caracas, 27 Nov. ABN (Hernán Mena Cifuentes).- El contraste entre la riqueza que guardan las selvas, mares, montañas, lagos y otros puntos de la geografía del tercer mundo con la escasez que de esos recursos tiene la mayoría de las grandes potencias, ha sido objeto históricamente de la obsesiva atracción de sus gobernantes y comerciantes que se lanzaron a la aventura de la conquista de esas tierras para robarlos y explotar y esclavizar y a sus pueblos.
Esa política, exenta de toda consideración moral y ética, estimulada por la codicia de imperios y traficantes de esclavos, condujo hace varios siglos a la creación de las compañías de las Indias Orientales, Occidentales y otras que, con el tiempo llevó a formación de las grandes corporaciones transnacionales que han, elevado a niveles sin precedentes la filosofía de despojo y explotación de la riqueza tercermundista.
De allí que no exista un solo lugar del planeta fuera de Europa y Estados Unidos, cuyos pueblos no hayan padecido de la codicia de esos países y sus empresas, que asolaron a América Latina, India, China, Indochina, Australia, y a otros pueblos de cercano y lejano oriente con una voracidad letal que se despertó primero en África y luego en el Caribe con la llegada de los primeros conquistadores.
Su violencia se extendió inmediatamente a la tierra firme americana tras la expansión de la conquista del continente que llevó a la destrucción de los imperios Inca, Azteca y de otros pueblos que fueron llevados al borde del exterminio y su culturas y dioses casi borrados por el fanatismo religioso de los misioneros españoles quienes propiciaron las torturas mas brutales que llevaron a la muerte a decenas de miles de hombres, mujeres y niños.
La institución de la esclavitud que se había instalado pocos años antes en el continente africano, aumentó en proporciones gigantescas con el envío de millones de esclavos a América, que se constituyó en el mercado más lucrativo para los traficantes y en “uno de los episodios más vergonzosos de la historia de la Humanidad”, como afirmó un reconocido historiador recientemente.
Cómo no habría de serlo, si significó la mayor tragedia humana que haya padecido el pueblo africano en lo económico, social y cultural, dado que millones de sus habitantes fueron reducidos a la condición de objetos, o animales sin alma, vendidos o canjeados por mercancías, mientras otros abandonaban sus hogares para escapar de la persecución de quienes los cazaban como animales, dejando desiertos sus poblados que eran quemados por los invasores.
En principio, el tráfico de esclavos fue monopolio de mercaderes y traficantes portugueses y españoles, pero con el tiempo irrumpieron otros comerciantes ingleses, holandeses, franceses, generando una brutal competencia por el dominio del mercado, tal como hoy sucede entre las grandes transnacionales que se disputan la riqueza del mundo en desarrollo con la misma codicia, en el marco del deshumanizado capitalismo salvaje y su modelo neoliberal.
El historiador Miguel Angel Mellado estima que “los negreros llegaron a comerciar con la vida de más de 15 millones de personas entre 1509 y 1890” y una buena parte de esos infelices provenían del Congo, imperio que desapareció por la perversidad de las autoridades portuguesas y la Iglesia católica que violaron acuerdos como el suscrito con su rey y la Iglesia para la formación de jóvenes congoleños como sacerdotes, que una vez en Portugal, fueron reducidos a la esclavitud.
Todavía, a fines del siglo XIX, cuando se aproximaba el fin de la institución de la esclavitud, en el Congo se volvió a editar una edición revisada y actualizada de ese engendro, vergüenza del ser humano, cuando Leopoldo II, rey de Bélgica, creó en 1876 la Asociación Internacional del Congo, una empresa privada que más tarde, en 1882 se convierte en el Estado Libre de Congo bajo exclusivo mandato personal del monarca belga.
Era la caricatura de un Estado con la apariencia de una institución filantrópica, pero en el fondo, no era mas que un ente llamado a convertir al Congo un reino de terror y muerte, donde la esclavitud volvió a entronizarse para explotar en el campo y las ciudades a millones de hombres, bajo el sistema del trabajo forzoso, mientras que sus mujeres e hijos eran tomados como rehenes para impedir que escaparan de su horrenda suerte.
El Estado Libre del Congo, era “un gigantesco campo de concentración”, vigilado por la Force Publique (Fuerza Pública) tenebrosa organización policial-militar, creada por Leopoldo II para evitar que los esclavos escaparan de las plantaciones de caucho donde laboraban en condiciones infrahumanas, donde unos morían por el esfuerzo realizado y otros eran asesinados por no entregar la cuota de producción que le había sido asignada.
Se estima en cerca de 10 millones la cifra de muertes provocadas por las atrocidades de la Force Publique en el Congo y en miles de millones de dólares las ganancias obtenidas por Leopoldo II como empresario privado, quien pese al extenso prontuario criminal que exhibe, los cronistas que escriben esa historia manipulada y tergiversada que aún se lee en el mundo, lo presentan como un soberano altruista y benévolo y humanista.
Para ocultar la imagen de asesino hasta una estatua ecuestre fue erigida en Bélgica en honor a ese falso benefactor del pueblo congoleño, maniobra que trae a la memoria lo afirmado por Noam Chomsky, quien dijo que “los imperios se visten con un aura de benevolencia” y, aunque Bélgica nunca lo fue, si lo fue ese Imperio del Terror llamado Estado Libre del Congo.
Una situación tan terrible como la que prevaleció entre 1885 y 1908, los 13 años que vivió el pueblo congoleño bajo el azote del Estado Libre del Congo y su Force Publique, se registra hoy en ese país de África Central, sólo que esta vez, son las transnacionales de EEUU y de varias potencias europeas, las que asolan al pueblo congoleño al promover una escalada bélica que en los últimos 10 años ha causado la muerte a cerca de 5 millones de sus hijos.
Y es que medio milenio, no ha sido suficiente para saciar la sed de las grandes potencias y de sus empresas, que a lo largo de medio milenio vienen aplicando su nefasto modelo explotador y exterminador de pueblos y saqueo de sus riquezas, asesinando a quienes se resisten a su voracidad, en una espiral de violencia, destrucción y muerte, como la que hoy afecta al Congo, Irak y Afganistán.
Porque, la tragedia humana del Congo no tiene como causa principal, las rivalidades entre las etnias tribales locales, así como tampoco la tragedia que viven los pueblos de Irak y Afganistán, acusados por EEUU y sus socios de Europa occidental, de dar refugio a terroristas, mentira magnificada por los medios al servicio del Imperio y sus socios las naciones europeas de occidente.
La verdad, es que se trata de combatientes de la resistencia que luchan denodadamente contra los invasores y que, esa falacia es parte de la conjura propiciada y alimentada con la única finalidad de adueñarse de la riqueza de sus suelos como lo es el petróleo de Irak y los yacimientos de oro, cobre y los metales estratégicos del Congo que hoy explotan esos asaltantes de cuello blanco, que se lucran de los miles de millones de dólares que roban impunemente.
Su voracidad se ha desbordado aun más por la gran abundancia de agua en los ríos que atraviesan la inmensa selva del Congo elemento que se está convirtiendo en el “Oro azul” más valioso que el áureo metal y que el petróleo debido a la escasez cada vez más aguda del vital líquido en el mundo, que contrasta con las inmensas reservas que del vital elemento posee ese país de África Central, que lo ubica como la cuarta potencia hídrica del planeta.
Sin embargo, los planes del Imperio, de las naciones europeas y sus transnacionales por ahora se concentran en asegurarse el dominio el territorio congoleño que guarda otras grandes riquezas como lo son las cuantiosas reservas de oro, plata, cobre, zinc, estaño, manganeso ,diamantes, cadmio, tungsteno y minerales y estratégicos como el cobalto, el uranio y el coltán.
Estados Unidos extrajo del Congo en los años 40 el uranio con el que se fabricaron las bombas atómicas arrojadas en agosto de 1945 sobre Hiroshima y Nagasaki, holocausto causantes de la muerte de 200 mil seres humanos y que ha provocado y continúa provocando más muertes por efectos de la radiación que dejaron las explosiones de esos artefactos que marcaron el nacimiento de la era del terror nuclear, terror con que el Imperio hoy sigue amenazando al mundo.
Entre los minerales estratégicos que con más afán e irracional ansia buscan esos predadores de pueblos en medio de la espesura de la selva congoleña, figura el coltán, codiciado por las extraordinarias condiciones que posee como elemento utilizado en las más variadas áreas de la industria espacial, la tecnología celular y medios de comunicación y transporte de última generación.
Y es que el Congo posee el 80% de las reservas mundiales de ese material, componente básico de la tecnología usada en naves y estaciones espaciales, en la telefonía móvil, (celulares) y en otras áreas como la producción de electroimanes para trenes de levitación magnética, todo esto, en virtud de sus amplias propiedades de superconductividad y resistencia a la corrosión.
El deseo de apoderarse de esa y otras riquezas del Congo, originaron la más reciente espiral de violencia, destrucción y muerte que gobiernos y empresas extranjeras de occidente hayan propiciado a lo largo de los últimos siglos, y con mayor intensidad en décadas recientes, al desatar guerras internas y hasta magnicidios, para eliminar a aquellos líderes nacionalistas y revolucionarios opuestos a su codicia.
Patricio Lumumba fue uno de los mártires asesinados por EEUU y sus cómplices europeos, cuando vieron peligrar el dominio que ejercían sobre los recursos del vasto y rico territorio congoleño, a pesar de haberse independizado de Bélgica en 1960, nación, cuyo rey, lo convirtió hace poco más de un siglo en su coto personal a través de la empresa que creó para explotar a su pueblo y sus recursos naturales.
Laurent Kabila, el guerrillero congoleño, heredero político de Lumumba, quien tras una larga lucha derrocó a Mobuto Sese Seko el dictador que Washington colocó en el poder como premio por haber matado a Lumumba, también murió asesinado, siendo sucedido en la presidencia por su hijo, el general Joseph Kabila.
Este joven militar libra desde entonces una lucha en varios frentes de batalla contra enemigos muy poderosos como son las transnacionales, los rebeldes apoyados por Rwanda y otros grupos guerrilleros, que amenazan con derrocarlo, mientras una fuerza de la ONU, constituida por 17 mil cascos azules, que en los próximos días será reforzada con otros 3 mil soldados, y cuya misión es la de pacificar al país, muy poco hace para cumplirla.
Mientras tanto, EEUU, sus socios europeos y las grandes corporaciones siguen adelantando la conjura orientada a explotar al pueblo congoleño y apoderarse de los recursos naturales en el marco de un proceso que ha sido y es hasta nuestros días, la causa de la gran tragedia humana que viven sus hijos, desde la época de los primeros traficantes que incursionaron en su territorio para llevarlos a la esclavitud, la gran vergüenza de la Humanidad.
Se estima que cerca de 5 millones de hombres, niños, ancianos y mujeres han perecido sólo en la última década en el conflicto interno desplegado en el marco de la nueva geoestrategia de dominación continental diseñada por EEUU, sus aliados europeos y las transnacionales, para adueñarse, otra vez, no sólo de ese país, sino de los de toda África, que hoy es blanco del neocolonialismo que supera en brutalidad al colonialismo del pasado.
No son sólo los millones que han muerto y que siguen muriendo, las únicas víctimas de esas guerras, sino también los centenares de miles de desplazados que hoy deambulan sin rumbo alguno por la geografía del Congo, hambrientos, sedientos y azotados por epidemias, dibujando con ello el dantesco cuadro de una tragedia humana que el mundo ignoraba debido al manto de silencio tendido por los medios para ocultar las actividades de las transnacionales.
Fue la acción decidida y valiente de un grupo de periodistas y de miembros de organizaciones defensoras de los Derechos Humanos, la que ha dado a conocer al mundo la tragedia de un pueblo sumido en esa “guerra olvidada”, una más de las muchas que hoy asolan al planeta y de cuya existencia apenas si daban cuenta ocasionalmente por Internet o a través del breve espacio de televisión o el reducido titular de un diario, atribuyéndola a luchas tribales.
Gracias a ellos, hoy se sabe que en el Congo hay una guerra cuya causa principal es la codicia y la ambición de los gobernantes de las grandes potencias y sus transnacionales que la alimentan armando ejércitos de mercenarios y traidores para combatir a los herederos de Patricio Lumumba y demás mártires nacionalistas que ofrendaron sus vidas en defensa de un pueblo que aspira alcanzar la paz y la justicia que le ha sido negada durante siglos
Y a medida que el mundo conozca más de esa trágica realidad, irá creciendo el rechazo e indignación contra el genocidio que se comete en el Congo, convertido ayer en un feudo de traficantes de esclavos y hoy en enclave de transnacionales saqueadoras, por lo que mas temprano que tarde, la justicia castigará a esos asesinos y devolverá a su gente el derecho inalienable que como todo ser humano tiene a la vida, a la paz y a la libertad.
jueves, 4 de diciembre de 2008
Breve historia del Congo, de la esclavitud y las transnacionales ( I )
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