Jaime Castillo, único preso político chileno encarcelado en Perú
Un año falta para que este ex mirista acusado de ser miembro del MRTA pueda optar a un beneficio que lo traería de vuelta a Chile. Mientras, en la cárcel ha desarrollado el arte de la cerámica. Aquí parte de su historia.
"De niño era un quijote". Así recuerda Jaime Castillo padre a su hijo Jaime Castillo Petruzzi (52), encarcelado hace quince años en Perú y con una pena que dura hasta 2016. Con los ojos llenos de lagrimas, el hombre pide disculpas por su emoción. Su hijo está acusado de pertenecer al Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) y fue sentenciado a cadena perpetua, una condena que en 1999 la Corte Interamericana de Derechos Humanos anuló para él y para sus compañeros Alejandro Astorga, Lautaro Mellado y María Concepción Pincheira. A Jaime le dieron 23 años. Sus camaradas ya salieron del encierro. Él es el único que queda en la cárcel y está a la espera de que le den el beneficio de cumplir su condena en Chile. Estuvo primero en la prisión de Puno y luego fue trasladado al penal de Castro Castro, en Lima, donde está ahora y desde donde conversó con LND.
La húmeda primavera limeña lo tiene con alergia, pero así y todo su voz, a través del celular, se escucha cálida, animosa y con acento peruano. Cuando estaba en Puno, su madre tuvo que encaramarse hasta una de las cárceles más altas, lo que ponía en riesgo tanto la vida de los reos como la de sus visitantes. "Mi mamá vomitaba una semana cuando venía a verme", cuenta. En Castro Castro las cosas son un poco mejores.
Toro
Su situación procesal es tan diversa como lo han sido los gobiernos peruanos del último tiempo. Con Fujimori enfrentó un régimen carcelario cerrado: sólo media hora al día para caminar, tomar un poco de sol y fumarse un cigarrillo cuando se podía. En celdas de dos por tres metros, con camas de cemento y un camarote para dos personas, vivían cuatro internos. "El objetivo de la dictadura era aniquilarnos. En la media hora libre corría como hiperkinético", relata. Luego vino la transición, con el Presidente Valentín Paniagua, y tuvo pudo realizar talleres manuales. No pasó mucho tiempo para que este ex guerrillero que se salvó de Neltume en 1981, se empapara del arte de la cerámica que realiza diariamente.
Torito, apodo que recibió en la adolescencia cuando medía 1,85 y, como dice él, estaba "siempre listo, acaballado, comprometido para participar en las filas del MIR con el espíritu militante de izquierda siempre arriba", nunca antes había hecho nada con las manos. En el encierro, conseguir los materiales de su nueva labor resulta engorroso. "Es un trámite en el que se me ha caído el poco pelo que me queda; mi familia me compra pinturas, pero hay que llenar solicitudes, pasar por una y otra revisiones", relata. De este taller nacieron 30 toritos y dieciocho platos que llegaron a Santiago en manos de los compañeros que lo han visitado cada vez que pasan por Lima. Así se puedo armar la muestra Torito Libre, que estuvo en el hall central de La Nación.
Horror y amor
La cárcel donde está ha tenido pasajes de violencia conocidos mundialmente. En 1992 enfrentó una de las masacres más terribles de la era fujimorista. Las tropas penetraron en los pabellones con explosivos, asesinando al menos a 43 presos y torturando a decenas más. Pero Torito tiene un ánimo de hierro. "A nosotros nos acusaron de varios delitos, de ser responsables de los principales hechos internos de violencia. Nuestra participación estaba supeditada a un plano de colaboración importante, pero de ninguna manera ligada a los hechos que nos acusaban", dice con convicción. Ahora está a la espera de un beneficio que consiste en que, cumplidas las tres cuartas partes de su condena, le permitan el traslado que lo traería de vuelta junto a sus familiares. Para ello deben negociar y evaluar su comportamiento, escuchar al Estado peruano y al Estado receptor, Chile. Está esperanzado. "Mi padre se pone triste cuando hablamos por teléfono, me dice que no le queda mucho tiempo más". Durante la conversación recuerda a Beatriz, la mamá de sus hijas Bárbara, de 26 años, y Claudia, de 24. Dice que quiere estar con su pequeña Paula, de sólo tres años, hija que tuvo con Maite Palacios, la compañera que conoció en la cárcel. Historia que lo tiene agradecido y que fue un vuelco en su pasar. Maite es hija de Walter Palacios, periodista y abogado, director de la revista peruana "Cambio", clausurado en 1992 por la dictadura de Fujimori. "Este señor se fue exiliado a México y cuando volvió en 2002 fue detenido en el aeropuerto y lo trajeron a esta cárcel. Él tenía cuatro hijas y una de ellas era Maite. Nos enamoramos, ella dejó a su familia en Italia y se vino conmigo. Llevo más de quince años detenido, lejos de mi tierra, pero así y todo soy feliz, tengo acceso a la cultura y una vida familiar intensa siempre manteniendo mis ideales", concluye, como mensaje a quienes lo acompañan en su lucha. //LND
domingo, 7 de diciembre de 2008
Torito libre
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