martes, 2 de diciembre de 2008

Una extraña tormenta se forma en el sur de Asia M K Bhadrakumar

Apenas habían callado las armas y terminado la carnicería terrorista en Bombay, una aguda triple riña diplomática comenzó a involucrar India, Pakistán y EE.UU. Los dos poderes nucleares del sur de Asia se han lanzado a una carrera para colocar a EE.UU. de su lado respectivo.

Para EE.UU., sin embargo, ya no es asunto de actuar como un mediador neutral y justo. Hoy en día, Washington es un participante a parte entera con sus propias apuestas en las ecuaciones del poder estratégico en el sur de Asia, gracias a la guerra en Afganistán, que está en un equilibrio crítico. Por cierto, el menjunje en el sur de Asia no podía ser más extraño.

Como diría el “Viejo” en Macbeth de William Shakespeare:

“Setenta recuerdo bien;

En cuyo volumen de tiempo he visto

Horas espantosas, y cosas extrañas, pero esta amarga noche

Ha dejado pálidas todas las experiencias anteriores.”

Washington parece percibir que la escalada de las tensiones en el sur de Asia podría írsele de las manos. Según las últimas indicaciones, la Secretaria de Estado de EE.UU., Condoleezza Rice, llega el miércoles a Nueva Delhi en una misión de mediación.

También esta vez, el espionaje israelí, Mossad, observa entre las sombras. Los fidayin [guerrilleros], aparentemente paquistaníes, que atacaron Bombay se hicieron el propósito de atacar a judíos, incluyendo ciudadanos israelíes, con una violencia particularmente macabra. Hubo nueve víctimas judías. Expertos israelíes han llegado a Bombay. La furia israelí no conoce límites.

Mientras tanto, China vadea sutilmente en el ojo de la tormenta. El sábado, el Ministro de Exteriores de China, Yang Jiechi, discutió por teléfono la crisis con su homólogo paquistaní, Shah Mehmood Qureshi. Seguramente condenaron los ataques terroristas en Bombay. Pero por otro lado, Yang expresó la esperanza de que “Pakistán e India sigan fortaleciendo su cooperación, mantengan el proceso de paz Pakistán-India, y fomenten los lazos bilaterales de un modo saludable y permanente”, para citar la agencia noticiosa Xinhua.

Yang dijo: “Esas medidas son de interés fundamental tanto para Pakistán como para India.” Curiosamente, Yang y Qureshi también “prometieron esfuerzos conjuntos para hacer valer lazos bilaterales”. En esencia, Yang ha expresado solidaridad con Pakistán y aconsejado moderación por parte de India. No es claro si Washington impulsó a Beijing a utilizar sus buenos oficios para calmar las aguas turbulentas o si Beijing deseaba subrayar su relevancia para la seguridad del sur de Asia.

Una cosa es clara, sin embargo. A medida que el número de víctimas en Bombay sigue aumentando constantemente y está a punto de exceder 200 vidas inocentes, India está abrumada por olas de dolor y cólera. El gobierno de Delhi ha sido estremecido hasta sus propios fundamentos por la indignación pública que ha estallado ante el colosal fracaso de la dirigencia política. El partido gobernante, el Congreso, que es gran partido antiguo que encabezó la lucha por la libertad de India, enfrenta una amenaza existencial para su futura posición en el tablero de ajedrez de la política nacional de India.

Altos políticos de todas las denominaciones se apiñaron durante horas en la residencia del primer ministro hasta medianoche del domingo, estudiando cómo enfrentar la luz del día y a un público que pierde rápidamente fe en ellos y en sus chanchullos.

El ministro del interior ha sido forzado a renunciar por la dirigencia iracunda del partido del Congreso, haciéndose cargo de la responsabilidad por su masivo fracaso al no impedir que los fidayin asaltaran la capital financiera de India con tanta impunidad. Curiosamente, no se carecía totalmente de inteligencia de que había que anticipar un ataque semejante desde el Mar de Omán.

Pero al público no lo impresiona que haya caído la cabeza del atildado ministro. Las heridas en la psique india son profundas. Y existe una creciente posibilidad de que el enojo público pueda llevar a un giro alocado en la actitud popular hacia la política nacionalista derechista en las actuales elecciones a las asambleas regionales y en las elecciones parlamentarias que tendrán lugar dentro de poco.

El gobierno apunta con el dedo a Pakistán como la base desde la cual los fidayin escenificaron su ataque cuidadosamente planificado. La percepción popular en India es que tiene que haber habido un grado muy sustancial de participación de elementos dentro del establishment paquistaní para una operación tan masiva, meticulosamente coreografiada, con un respaldo logístico detallado.

Al gobierno le cuesta mantener su posición formal, que distingue entre los grupos terroristas basados en Pakistán que habrían realizado el ataque y el gobierno paquistaní propiamente tal. La opinión pública no se traga la sutil distinción, pero al gobierno no le quedan muchas alternativas al respecto.

Por cierto, el establishment indio parece carecer de convicción en lo que dice con el objetivo de absolver a las agencias de seguridad paquistaníes de toda participación en la perpetración del ataque terrorista. La alternativa para el gobierno equivaldría a calificar el ataque por su nombre – un acto de guerra – por parte del establishment paquistaní en vista de su escala masiva. Pero eso obligaría a India a reaccionar con medios militares a lo que consideraría como agresión, lo que por cierto es impensable ya que se llega a un punto de inflamación nuclear en poco tiempo.

El asunto principal es que la relación de confrontación entre India y Pakistán, con sus trasfondos de sospecha mutua y erizada de innumerables animosidades que bordean en hostilidad, se encuentra en un equilibrio tan delicado en cualquier momento dado que no necesita más de unas pocas horas para degenerar en una situación de conflicto por cuenta de un traspié o dos de cualquiera de los lados, incluso si es camuflado bajo enchapados de cordialidad como lo ha sido en los últimos tres a cuatro años.

Islamabad, claro está, rechaza obstinadamente todas las imputaciones de participación en el ataque terrorista. Bajo presión directa de EE.UU., Islamabad aceptó apresuradamente la idea de que el teniente general

Ahmad Shuja Pasha, director general de la Inteligencia Inter-Servicios (ISI), el principal servicio de inteligencia de Pakistán, visitaría India para discutir el tema. Pero esta decisión, que emanó de una conversación telefónica entre Rice y el presidente de Pakistán, Asif Ali Zardari, parece haber sido un astuto intento de manipular el creciente enojo indio. Desde entonces ha sido diluida por los militares paquistaníes. Evidentemente, el jefe del ejército paquistaní, general Pervez Kiani, quien previamente dirigió ISI, concluyó que podría debilitar la moral de los militares si pareciera que se tambalea bajo presión india.

Los reflejos se endurecen a ambos lados. En el entorno político interior en India, con inminentes elecciones nacionales, es un suicidio político para el gobierno si parece impotente incluso para persuadir a Islamabad a un intercambio significativo. Mientras los partidos de izquierda indios han dejado de lado sus recientes acrimoniosas diferencias con el gobierno y llamado a la “unidad nacional”, políticos derechistas no sienten el ímpetu para hacerlo cuando notan las posibilidades de ser catapultados al poder por una ola nacionalista de indignación popular.

Mientras tanto, Delhi se vuelve hacia Washington para obtener más ayuda. Y, anticipando más presión de EE.UU., los militares paquistaníes han comenzado a presentar amenazas veladas de que a menos que Washington y Delhi den marcha atrás, nada es imposible en cuanto a su participación en la “guerra contra el terror” en Afganistán. Esto podría poner a Washington ante un cierto dilema – y explicaría el apuro del viaje de Rice a la región.

Los militares paquistaníes saben demasiado bien que una vez que entre en juego el “factor Afganistán”, el cálculo cambia por completo. Con unos 32.000 soldados de EE.UU. en el terreno y una eventual fuerza de más de 20.000 soldados de combate y apoyo que posiblemente vengan en camino a pedido de comandantes en Afganistán, se convierte en un juego de alto riesgo para Washington.

Desde la perspectiva de Washington, la crisis estalla en un momento embarazoso, ya que varios departamentos y agencias del gobierno de EE.UU. están empeñados en diseñar una nueva estrategia para la guerra en Afganistán – el coordinador de la Casa Blanca para Iraq y Afganistán, general Douglas Lute; el comandante de CENTCOM, general Petraeus; el jefe del Estado Mayor Conjunto, almirante Mike Mullen; el Departamento de Estado y la Agencia Central de Inteligencia, todavía no han completado su tarea.

El factor afgano afecta los intereses de EE.UU. de diferentes maneras. Primero, en caso de una escalada de las tensiones entre India y Pakistán en los próximos días y semanas, EE.UU. tendría que contar con una decisión paquistaní de desviar sus divisiones de elite de las regiones de la frontera afgana, con un total de 100.000 soldados, a su frontera occidental con India. Casi de inmediato, se sentiría el impacto en la dinámica de la guerra en Afganistán.

En un reciente discurso en Washington, el general David McKiernen, comandante supremo de las fuerzas de la OTAN en Afganistán, había subrayado la importancia de que los militares paquistaníes aguantaran hasta el final en Afganistán. Dijo que se esperaba a Kiani para dentro de poco en Kabul y que “hemos comenzado a hablarnos para coordinar la cooperación táctica a lo largo de la frontera.”

McKiernen agregó que veía un “cambio en el modo de pensar a los niveles más altos en Pakistán en el sentido de que esta insurgencia es un problema que amenaza la existencia misma de Pakistán, y que tienen que encararla, tal vez de maneras que no habían considerado hace algunos años, a su lado de la frontera. Así que veo una disposición y una capacidad, aunque tienen un largo camino que recorrer hasta realizar operaciones de contrainsurgencia en el lado paquistaní de la frontera.”

Expresó su “cauteloso optimismo” sobre la guerra, tomando en cuenta la disposición de los militares paquistaníes de cooperar. El peor temor de McKiernen será ahora que la dirigencia de los militares paquistaníes puede estar a punto de alegar que tiene la voluntad de combatir a al-Qaeda y a los talibanes, pero que carece de la capacidad y de los recursos debido al requerimiento urgente de redesplegar sus fuerzas a la frontera con India.

Un segundo factor que afecta a EE.UU. será la presión que todo esto pueda significar para las instalaciones de tránsito para el suministro de las tropas. Aproximadamente un 75% de los suministros para las tropas de EE.UIU. pasa por Pakistán y no existen rutas alternativas viables, excepto a través de Irán, para suministrar a las unidades desplegadas en las regiones sur y suroeste de Afganistán acosadas por la insurgencia. Tercero, sin el apoyo de Pakistán, los talibanes harán su agosto en las regiones fronterizas. Y las bajas de las fuerzas de la OTAN aumentarán, lo que tendrá serias implicaciones políticas en las capitales europeas.

Por ello, la tarea primordial de Washington será enfriar los ánimos y evitar un enfrentamiento cara a cara entre los dos adversarios nucleares del sur de Asia. Será el último acto de política exterior de importancia para el saliente gobierno de George W Bush y un curioso ensayo general para la nueva presidencia de

Barack Obama.

El interés paquistaní reside en imponer un papel mediador a EE.UU. que “contenga” a India. Los militares paquistaníes se sienten nerviosos por la rápida expansión de la cooperación estratégica entre EE.UU. e India y quisieran que Washington fuera imparcial en sus políticas en el sur de Asia. Curiosamente, el ataque fidayin contra Bombay subraya vigorosamente la petición paquistaní de que Washington no divida en compartimientos la guerra afgana sin encarar los problemas centrales de las tensiones entre India y Pakistán.

Pero todo esto deja de lado la posibilidad de que los militares paquistaníes puedan tener un gran motivo para aumentar las tensiones con India, precisamente en la coyuntura actual, para tener una coartada para salirse de los compromisos con la “guerra contra el terror” en Afganistán. El punto es que los militares paquistaníes abrigan profundas aprehensiones respecto a la política afgana del nuevo gobierno de Obama. Obama ha hecho suficientes alusiones de que será duro con los militares paquistaníes por su política doble de librar la guerra y al mismo tiempo enjaezar a los talibanes como cocheros de su influencia geopolítica en Afganistán.

El modo de pensar actual en EE.UU. se orienta hacia el equipamiento de tribus pastunes seleccionadas para combatir a los talibanes y a al-Qaeda. Es una maniobra controvertida que preocupa a los militares paquistaníes, ya que podría provocar violencia en las regiones pastunes dentro de Pakistán y dar alas a la demanda de un Pastunistán. Además, Obama ha advertido de modo terminante que haría que las Fuerzas Especiales de EE.UU. ataquen dentro de territorio paquistaní si la situación de la seguridad lo justificaba. Acciones semejantes serán vistas por los militares paquistaníes, como una bofetada en sus caras.

Lo que es más desconcertante para los militares paquistaníes es la probabilidad de que la “estrategia de salida” de Obama coloque el acento en la rápida formación de un ejército nacional afgano de 134.000 hombres. Ha sido una idea favorita del Secretario de Defensa de EE.UU., Robert Gates, y podría explicar en gran parte la decisión de Obama de mantenerlo en su puesto en el gabinete.

Sin embargo, la ley de los rendimientos decrecientes comienza a trabajar a favor de los militares paquistaníes una vez que un ejército nacional afgano gane tracción. Por cierto, un ejército afgano será, es casi seguro, dirigido por oficiales de etnia tayika. Actualmente los tayikos constituyen más de tres cuartos del cuerpo de oficiales del ejército afgano. Pero los tayikos han estado enteramente fuera del redil de la influencia paquistaní – incluso durante la yihad afgana de los años ochenta, el nacionalismo tayiko desafió las aspiraciones paquistaníes de controlar Afganistán. Resumiendo esos dilemas que enfrentan los militares paquistaníes, el ex secretario de exteriores paquistaní, Najmuddin Sheikh, señaló recientemente: “[La política afgana de Obama] sería en los hechos la realización de los peores temores de seguridad de Pakistán.”

El embajador M K Bhadrakumar fue diplomático de carrera en el Foreign Service indio. Sus misiones incluyeron a la Unión Soviética, Corea del Sur, Sri Lanka, Alemania, Afganistán, Pakistán, Uzbekistán, Kuwait y Turquía.

(Copyright 2008 Asia Times Online (Holdings) Ltd. All rights reserved.

http://www.atimes.com/atimes/South_Asia/JL02Df04.html

rebelion.org traduccion german leyens

No hay comentarios: