lunes, 27 de abril de 2009

Influenza, la peor plaga de la historia

Por: Alfonso Rivas
El Chilito News
Miguel Alemán

EN OCTUBRE DE 1918, el mundo seguía inmerso en la I Guerra Mundial. Aunque las hostilidades estaban a punto de llegar a su fin, todavía se mantenía cierta censura sobre la prensa. De ahí que fuera un país neutral en el conflicto, España, el responsable de informar que la población civil de muchas naciones estaba enfermando y muriendo a un ritmo alarmante. Por esta razón, dicha plaga pasó a la historia con el nombre de gripe española.

La pandemia comenzó en marzo de 1918. Muchos investigadores creen que se originó en el estado de Kansas (EE.UU.), desde donde al parecer se extendió a Francia con la llegada de soldados norteamericanos. Tras producirse un gran número de muertes por gripe, en julio de 1918 parecía que lo peor ya había pasado. Poco se imaginaban los médicos de entonces que la enfermedad solo estaba recuperando fuerzas para convertirse en un asesino más despiadado.


El mundo se alegró cuando la I Guerra Mundial llegó a su fin el 11 de noviembre de 1918. Irónicamente, casi al mismo tiempo, la enfermedad se extendía a lo largo y ancho de la Tierra. Se había convertido en un monstruo que acaparaba los titulares del mundo entero. De los que vivieron en aquel tiempo, pocos salieron indemnes y todos estaban aterrorizados. Un reconocido experto en la materia comentó: “En 1918, la esperanza de vida en Estados Unidos se acortó en más de diez años”. ¿En qué se diferenciaba esta epidemia de otras ocurridas antes?

Una plaga única

Una de las diferencias más alarmantes fue lo repentino de sus ataques. Encontramos una muestra de ello en la reciente obra The Great Influenza (La gran gripe), de John M. Barry, donde, citando de un informe, se relata lo siguiente: “En Río de Janeiro, el estudiante de medicina Ciro Viera Da Cunha esperaba el tranvía cuando un hombre le preguntó algo con voz perfectamente normal y, acto seguido, murió. En Ciudad del Cabo (Sudáfrica), Charles Lewis estaba subiéndose a un tranvía para regresar a casa cuando el cobrador se desplomó, muerto. Durante el trayecto de cinco kilómetros fallecieron seis personas a bordo del tranvía, entre ellas el conductor”. Todos fueron víctimas de la gripe.

A esta circunstancia hay que agregar el miedo que generó, un miedo a lo desconocido. La ciencia no sabía qué causaba la enfermedad ni cómo se transmitía exactamente. Con todo, se tomaron medidas en interés de la salud pública: se pusieron en cuarentena los puertos y se cerraron cines, iglesias y otros locales públicos. Por ejemplo, en la ciudad de San Francisco (California, EE.UU.), las autoridades ordenaron que toda la población llevara mascarillas. Cualquiera que no las llevara en público se arriesgaba a ser multado o encarcelado. Pero nada parecía funcionar: las precauciones eran pocas y, cuando se tomaban, ya era demasiado tarde.

También provocaba miedo el hecho de que la gripe no discriminara a nadie. Por razones todavía sin aclarar, los principales afectados por la pandemia de 1918 no fueron personas de edad avanzada, sino jóvenes sanos. La mayoría de las víctimas mortales de la gripe española tenían entre 20 y 40 años de edad.

Asimismo, fue una epidemia de verdadero alcance mundial. Ni siquiera las islas tropicales se libraron. En Samoa Occidental (ahora llamada Samoa), la enfermedad entró a bordo de un barco el 7 de noviembre de 1918, y en dos meses mató al 20% de sus 38.302 habitantes. De los principales países del mundo, ninguno escapó sin sufrir numerosas bajas.

Otro aspecto singular fue su magnitud. Analicemos el caso de Filadelfia (Pensilvania, EE.UU.), ciudad a la que la enfermedad atacó con rapidez y de forma sumamente letal. A mediados de octubre de 1918 no había ya suficientes ataúdes. El historiador Alfred W. Crosby comenta: “Cierto fabricante de féretros aseguró que hubiera podido vender 5.000 en dos horas, de haberlos tenido. Había ocasiones en las que el depósito de cadáveres de la ciudad tenía diez cuerpos por cada féretro disponible”.

En relativamente poco tiempo, la gripe había matado a más personas que cualquier otra pandemia similar de la historia humana. Por lo general se acepta que murieron 21.000.000 de personas en todo el mundo, pero hoy día hay epidemiólogos que creen que la cifra fue mayor, quizás 50 o incluso 100 millones. John M. Barry, mencionado antes, señala: “La gripe española mató a más personas en un año que la peste negra de la Edad Media en un siglo; mató a más personas en veinticuatro semanas que el sida en veinticuatro años”.

Por increíble que parezca, fallecieron más estadounidenses en aproximadamente un año debido a la gripe que los que murieron luchando en las dos guerras mundiales juntas. La escritora Gina Kolata señala: “Si una plaga semejante se desatara hoy y acabara con un porcentaje similar de la población de Estados Unidos, morirían un millón y medio de norteamericanos, cifra que supera la de quienes mueren anualmente por enfermedades cardíacas, cáncer, apoplejías, enfermedades pulmonares crónicas, sida y Alzheimer”.

En pocas palabras, la gripe española fue la pandemia más devastadora de la historia de la humanidad.

¿Pudo hacer algo la ciencia médica?

Cuando los médicos no sabían qué hacer A principios de la I Guerra Mundial, la medicina parecía haber logrado grandes avances en la lucha contra las enfermedades. Incluso durante la guerra, los médicos se enorgullecían de haber reducido los efectos de las enfermedades infecciosas. Por aquel entonces, la revista The Ladies Home Journal afirmó que los hogares norteamericanos ya no precisaban una habitación para velar a los muertos y proponía llamar de ahí en adelante a esos cuartos living rooms, que en inglés significa “salas para los vivos”. Pero entonces surgió la gripe española, que prácticamente dejó a los médicos con las manos atadas.

Alfred W. Crosby escribe: “Los profesionales médicos de 1918 fueron parte del mayor fracaso de la medicina del siglo XX o, si se mide en función del número total de muertos, [el mayor fracaso] de todos los tiempos”. Para quitarles un poco de responsabilidad a los facultativos, el escritor John M. Barry aclara: “En aquel entonces, los científicos captaron a la perfección la magnitud de la plaga, sabían cómo curar las neumonías secundarias causadas por bacterias y propusieron medidas sanitarias que hubieran salvado a decenas de miles de estadounidenses. Pero los políticos no les hicieron caso”.

Así pues, volviendo a nuestros días, alrededor de ochenta y cinco años después, ¿qué se ha descubierto sobre esta terrible pandemia? ¿Cuál fue la causa? ¿Podría volver a ocurrir? Si así fuera, ¿se la podría vencer? Tal vez le sorprendan algunas de las respuestas.

La gripe española: lo que sabemos ahora

CORRE el año 1997 en Brevig, una pequeña aldea inuit en la tundra helada de la península de Seward (Alaska). Un científico está sentado ante el cadáver de una mujer joven que él y sus cuatro ayudantes esquimales acaban de desenterrar del permafrost. La mujer es una de las víctimas de la gripe de 1918, y ha estado sepultada allí en el hielo desde entonces.

Pero ¿para qué examinar el cadáver ahora? El científico espera hallar todavía en los pulmones el agente responsable de aquella variedad de la gripe, para luego aislarlo e identificarlo mediante avanzadas técnicas genéticas. ¿Y de qué serviría? Pues bien, para responder a esta pregunta tenemos que comprender un poco mejor cómo actúan los virus y qué los hace tan peligrosos.

Un virus que puede ser mortal Hoy sabemos que el causante de la gripe, llamada también influenza, es un virus que se transmite de una persona a otra a través de secreciones respiratorias expulsadas al toser, estornudar y hablar. Es común en todo el mundo, incluso en los trópicos, donde puede atacar en cualquier época del año. En el hemisferio norte, la temporada de gripe transcurre de noviembre a marzo, mientras que en el hemisferio sur, de abril a septiembre.

El virus de la gripe de tipo A —la forma más peligrosa en que se puede presentar esta enfermedad— es pequeño en comparación con muchos otros, y suele consistir en una esfera con proteínas que se proyectan a modo de púas. Cuando infecta una célula humana, se reproduce con tanta rapidez que, a menudo en menos de diez horas, salen a través de la membrana celular entre 100.000 y 1.000.000 de nuevas “copias” de este virus.

Un rasgo temible de este organismo simple es su facilidad para realizar mutaciones. Se reproduce tan rápido (incluso mucho más que el VIH) que sus numerosas “copias” no salen exactas. Algunas cambian lo imprescindible para que el sistema inmunológico no las detecte. Por eso, todos los años nos enfrentamos a nuevas cepas de gripe con antígenos distintos que ponen a prueba nuestra inmunidad. Si el antígeno cambia lo suficiente, el sistema inmunológico casi no podrá defenderse y puede producirse una pandemia.

Por otro lado, los virus de la gripe, o influenza, también infectan a animales, lo que supone una amenaza para los seres humanos. Se cree que el cerdo puede alojar tanto a variedades del virus que atacan a pollos y patos como a otras que afectan al hombre.

Si dos tipos de cepas, uno animal y otro humano, infectan al mismo cerdo, los genes de ambos virus pueden mezclarse y producir una cepa de gripe totalmente nueva contra la que el hombre no esté inmunizado. Hay quienes opinan que las comunidades rurales en donde conviven aves, cerdos y personas muy cerca unos de otros —como suele ocurrir en Asia, por ejemplo— son posibles fuentes de nuevas cepas de gripe.

¿Por qué fue tan letal?

En otras palabras, la pregunta es: ¿qué tenía de particular esta cepa de 1918 que mataba a los jóvenes de neumonía? Aunque no se dispone de ninguna muestra viva del virus de entonces, los científicos creían desde hacía tiempo que, si pudieran hallar una muestra congelada, quizás fueran capaces de aislar el ARN intacto y descubrir qué hizo a aquella cepa tan letal. Y, hasta cierto grado, lo han logrado.

Gracias a la muestra congelada de Alaska que se menciona al principio del artículo, un equipo de investigadores ha podido identificar y secuenciar la mayor parte del genoma del virus de 1918. Aun así, los científicos todavía no han descubierto por qué era tan agresiva esa cepa. Parece, no obstante, que estaba emparentada con una variedad que infecta a cerdos y aves.

¿Podría surgir de nuevo?

Muchos especialistas opinan que no es cuestión de si ese despiadado virus de la gripe volverá a aparecer, sino cuándo y cómo lo hará. De hecho, algunos calculan que aproximadamente cada once años aparece un nuevo brote de influenza importante, y cada treinta, uno muy grave. De acuerdo con estas predicciones, hace tiempo que a la humanidad le tocaba sufrir otra pandemia.

En 2003, un artículo de la publicación médica Vaccine advertía: “Han transcurrido treinta y cinco años desde que se produjo la última pandemia de influenza, y el intervalo entre pandemias más largo del que se tienen datos fiables es de treinta y nueve años”. Y luego añadía: “El próximo virus pandémico puede surgir en China o en un país cercano, y es posible que incluya antígenos de superficie o factores de virulencia derivados de cepas de gripe animal”.

El mismo artículo predecía al respecto: “La infección se propagará rápidamente por todo el mundo en varias oleadas y afectará a personas de todas las edades. Habrá trastornos generalizados en las actividades sociales y económicas a escala internacional. La desproporcionada mortalidad alcanzará prácticamente a todos los grupos de edad. Ni siquiera parece probable que los sistemas de salud de las naciones con economías más desarrolladas sean capaces de satisfacer de forma adecuada la demanda de atención médica”.

¿Debería alarmarnos tal perspectiva?

John M. Barry, autor del libro The Great Influenza, lo expone como sigue: “Un terrorista con un arma nuclear es la pesadilla de cualquier dirigente político. La aparición de una nueva pandemia de gripe también debería serlo”.

¿Disponemos de tratamientos eficaces? Tal vez piense que en la actualidad ya se cuenta con tratamientos eficaces contra la gripe. Pues bien, le tenemos buenas y malas noticias. Las buenas son que hay antibióticos que pueden reducir el número de muertes debidas a neumonías secundarias causadas por bacterias, y que existen fármacos eficaces contra algunas cepas de la influenza. Además, la inmunización ayuda a combatir el virus si se identifica la cepa específica y las vacunas se preparan a tiempo.

¿Y cuáles son las malas noticias?

La historia de la inmunización contra la gripe tiene sus páginas negras: desde el desafortunado episodio de vacunación contra la gripe porcina en 1976 hasta la insuficiente producción de vacunas en 2004. Y aunque la medicina ha realizado grandes avances desde la I Guerra Mundial, la comunidad médica todavía no conoce ninguna cura definitiva contra un virus potente.

No sorprende, pues, que algunos se pregunten: “¿Podría repetirse lo ocurrido en 1918?”. El Instituto Nacional de Investigación Médica, de Londres, afirmó en un informe lo siguiente: “En algunos aspectos, nos encontramos en las mismas condiciones que en 1918: un elevado flujo internacional de personas debido al desarrollo de los medios de transporte, los consabidos problemas de desnutrición y falta de higiene en las zonas de guerra, y una mayor proporción de la población mundial —que ya alcanza los 6.500 millones de habitantes— viviendo en zonas urbanas donde los servicios de eliminación de residuos están en franco deterioro”.

Un respetado especialista norteamericano concluye: “Resumiendo, cada año que pasa estamos más cerca de la siguiente pandemia”. ¿Significa todo lo dicho que nos espera un futuro sombrío, que no hay esperanza? ¡De ningún modo!

FUENTE: Revista ¡Despertad! Del 22 de dic. De 2005

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