domingo, 31 de mayo de 2009

Consideraciones sobre la tortura después de Abu Ghraib, en Irak

Un impactante documental y un informe de la Cruz Roja revelan siniestros detalles de los abusos.

Por: Matilde Sánchez

Digna de un archivo negro del sadismo, una cascada de nuevas imágenes de torturas, que incluyen vejaciones sexuales en cárceles de Irak y Afganistán, amenaza con enviar a decenas de altos jefes militares a la corte marcial y con procesar al ex presidente George Bush y a su vice, Dick Cheney, desde 2002 el adalid del "set alternativo de procedimientos" para el interrogatorio de terroristas, de uso sistemático en la contrainteligencia desde el ataque del 9/11 hasta 2006. Si bien Barack Obama había prometido a la Unión Americana de Libertades Civiles, ACLU, que difundiría el material, esta semana el presidente decidió no hacerlo público argumentando que motivaría represalias contra las tropas todavía estacionadas en Irak. Desde hace años diversas ONGs reclaman al gobierno que abra la información sobre el uso de tormentos en los llamados "sitios negros" del sistema carcelario de ultramar. Es en estos meses, a partir de un informe de la Cruz Roja de febrero de 2007, que se conocen detalles sobre esos centros de detención extraterritorial que los EE.UU. mantienen en Irak, Afganistán, Guantánamo, Tailandia, Polonia, Rumania y Marruecos.

Muchas de las nuevas fotos, inaccesibles para las agencias pero que la semana pasada divulgó un canal de TV australiano, se agregan al expediente de doce CDs con cerca de 2.000 fotos privadas, tomadas entre octubre y diciembre de 2003 en la cárcel de Abu Ghraib, en Irak. Se trata de un verdadero estudio fotográfico sobre el sumergido mundo de la tortura física y moral de enemigos. Trascendió que el nuevo archivo contiene tomas de un soldado norteamericano en el intento de violar a una prisionera, obligada a mostrar sus pechos. Hasta ahora no se habían visto prisioneras entre los trofeos fotográficos de Abu Ghraib, aunque es sabido que en sus meses de mayor hacinamiento, cuando la colonia albergó a miles de presos, muchos de ellos no registrados ("unlogged", chupados en nuestra jerga), se contaban mujeres y hasta menores. De acuerdo con el informe del general Antonio Tabuga para una comisión especial sobre maltrato en las cárceles de Irak, de 2004, a menudo los menores eran capturados como rehenes. En otras fotos se ve a un traductor violando a un prisionero, y otras incluyen ataques sexuales con un tubo fluorescente, alambre y un horquilla de jardín. Otra vez ha sido Tabuga quien reveló esta semana el contenido del nuevo expediente. Retirado desde 2007, el general se limitó a decir que "muestran torturas, abuso, violaciones e indecencias de todo tipo imaginable" e insistió en que sólo servirán a los fines judiciales: "La mera descripción de las imágenes es abominable, créanme."

La irrupción y bloqueo de las nuevas fotos sigue al reciente informe del Comité Internacional de la Cruz Roja, entregado a varias comisiones del Congreso, entre ellas el del Senado para las Fuerzas Armadas. Fue de este informe que se sirvió el juez español Baltasar Garzón. En los últimos meses de 2006, la Cruz Roja entrevistó a 14 "detenidos de alta categoría" en varios "sitios negros". Los comentarios e indagaciones en profundidad sobre el tema vienen publicándose en las principales revistas literarias, como The New Yorker y The New York Review of Books.

Más allá de sus consecuencias judiciales, las nuevas pruebas de vejaciones sacuden la conciencia y hacen pensar en un giro significativo, un antes y un después de Abu Ghraib, pero no porque incorporen métodos innovadores en el infame campo de la tortura. El umbral en cuestión es de otra naturaleza. Al repasar las fotos ya conocidas, se tiene la impresión de que distintos tabúes culturales han sido franqueados. Primero, ponen en evidencia hasta qué punto la industria audiovisual presta sus fórmulas y prácticas a la dominación del enemigo (me refiero al advenimiento de la fotografía electrónica sin soporte de papel, me refiero al lenguaje de la pornografía, a las diferencias culturales en términos de derechos civiles, que para un prisionero musulmán agravan el sadismo cuando lo ejerce una mujer, se trata incluso de un umbral en la historia del feminismo). Reflexionar sobre estos colaterales resulta más pertinente todavía en un país como Argentina, primero, porque contamos con nuestro propio capítulo en la Historia Universal de los Desaparecidos, pero sobre todo a la hora de concebir con seriedad un museo de la memoria.

Estrenado hace un año en los EE.UU., el conmocionante documental Procedimiento standard, del notable realizador Errol Morris, se puede conseguir en algunos videoclubs argentinos. Morris ya había dirigido el extraordinario Niebla de guerra, sobre el ex Secretario de Estado Robert McNamara y la política exterior estadounidense durante la Guerra Fría. En el nuevo documental, Morris investiga las condiciones y el tiempo real del festín fotográfico de Abu Ghraib, a través de la reconstrucción de las sesiones y videos y con entrevistas a la mayoría de los procesados en el juicio de 2004 -la ex brigadier Janis Karpinski, a cargo de los ocho penales estadounidenses en Irak, la angelical Sabrina Harman, célebre por sus pulgares levantados junto a al-Jamidi, muerto bajo tortura; la endurecida Lynndie England, embarazada de su jefe Charles Graner, un psicópata estereotipado, amante de varias carceleras, instigador de las fotos y hoy convicto a diez años. Todas las entrevistas fueron realizadas por Morris en 2006.

"Es un error confundir las fotografías de Abu Graib con los crímenes de Abu Ghraib," señalaba Morris hace un año desde su blog Zoom, en la página del diario The New York Times. "Una de las mayores ironías es que las fotografías podrían servir como revelación o como encubrimiento al mismo tiempo, alentar a la gente a no ver nada más y a pensar que lo vio todo", concluía el director. Las nuevas imágenes parecen darle la razón: ¿Abu Ghraib fue apenas la cima de un gran vertedero?

Uno de los aspectos aberrantes que revela el film es hasta qué punto la gestión carcelaria en Irak recayó en manos de jóvenes sin experiencia, embrutecidos por una educación deficiente y despachados a Irak con un mínimo de instrucción. Lo deja en claro sobre todo uno de los testimonios, de una imbecilidad onomatopéyica, preverbal, y lo enfatiza el investigador Brent Pack, quien reconstruyó las distintas líneas temporales de las imágenes para la Justicia. En Abu Ghraib, reservistas de 18 años que venían de hacer un cursillo para interrogadores quedaban a cargo de indagar a generales de hasta 5 estrellas, de entre 40 y 65 años. Demasiado ignorantes para obtener información significativa. Así, se verificaba en Abu Ghraib lo que la filósofa alemana Hanna Arendt, en su crónica del juicio a Adolf Ecihmann en Jerusalén, llamó "la banalidad del mal", a la que se agrega, según observó Susan Sontag, ese ingrediente de "diversión" propio de la cultura juvenil.

Asimismo, emerge el clásico desconcierto de todo régimen en su punto de fragor represivo, actuando sin un plan racional y por los impulsos de su propia paranoia. Varios testimonios aseguran que en medio de la noche llegaba a Abu Ghraib el camión repleto de detenidos "y resultaba que eran taxistas, soldadores, panaderos, hombres recogidos de la calle, hijos detenidos porque sus padres no estaban en casa. A eso yo lo llamo secuestro", sostiene uno de los testigos.

Se debe tener presente, además, que Irak es la primera guerra tercerizada mediante empresas contratistas, en la que actuaron decenas de interrogadores privados. En Abu Ghraib fue clave el papel de los intérpretes: en la muerte de al-Jamidi, el rol de un tal "Clint C", empleado de la empresa Titan, proveedora de traductores. Otra de ellas era CACI, sigla de una empresa ya disuelta y encargada de proveer interrogadores. Los "sitios negros" son, de hecho, un universo de siglas anónimas que encriptan agencias encubiertas, contratistas y Task Force, o grupos de tareas.

Morris permite comprobar otro paralelismo desconsolado: en qué medida el sistema de quiebre y aniquilamiento de enemigos ha mutado en su narrativa desde la Segunda Guerra. Si la Shoah ponía en escena un universo concentracionario netamente fabril, con turnos de tareas y "trabajo útil", Abu Ghraib evolucionó hacia un mundo sin otro trabajo que la explotación sexual, mediante cuadros vivos para un video de satisfacción personal, con las estaciones clásicas de la pornografía hardcore -sadomasoquismo, coprofagia, camas redondas en forma de "pirámide humana"-. Su industria, por lo tanto, es el entretenimiento en el que los carceleros posan, el prisionero es obligado a posar -masturbándose o supliciado, y el grosor de un pelo separa ambas prácticas-, y donde el muerto hace de muerto mientras el fotógrafo es productor del entretenimiento. De hecho, al-Jamidi fue bautizado Bernie por Bernie's weekend, una película clase B que cuenta una fiesta delirante con un homicidio fraguado.

Retomando su libro sobre la fotografía de guerra, Ante el dolor de los demás, de 2003, la escritora norteamericanaSusan Sontag reflexionaba sobre Abu Ghraib en un ensayo un año más tarde. Allí afirmaba que existe una alarma extra en esas fotos, dado que rara vez en la historia los victimarios aparecen en sus trofeos de guerra. Ni siquiera en los campos de concentración nazi, los criminales se muestran ligeros y sin solemnidad ante el vejamen. Que tortura y sexualidad suelen ir juntas no es novedad, señala; fueron conjugadas por todas las culturas, desde la Inquisición hasta las razzias de Pol Pot en Camboya.

"Lo realmente abominable, dado que estas imágenes fueron tomadas con el fin de hacerlas circular y ser enviadas a otros, -señalaba- es que muestran algo divertido. Y esta idea de la diversión es la que, cada vez más -y contra lo que el presidente Bush le dice al mundo- "en verdad están en la naturaleza y el corazón de los EE.UU.". Es difícil medir la creciente aceptación de la brutalidad en la vida norteamericana pero sus evidencias están en todas partes, por empezar en los videojuegos de matanza, el principal entretenimiento de los muchachos -¿estamos tan lejos de un videogame que se llame "Interrogando al terrorista?"

Despersonalización ante el dolor del otro, infantilismo, atrofia del sentimiento de compasión, esta vez para la posteridad. Y en su registro, por primera vez en la historia, un grupo de mujeres cree participar por cuenta propia, a modo de subrayado postfeminista. Rodando la película de un psicópata, ellas también han mutado.

http://www.clarin.com/diario/2009/05/31/elmundo/i-01929755.htm

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