Bill Van Auken
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El jefe del Estado Mayor del ejército estadounidense, el general George Casey, afirmó esta semana que los militares estadounidenses se están preparando para continuar sus intervenciones en Iraq y Afganistán al menos durante otra década. Associated Press informó de que en una entrevista bajo invitación el pasado martes con una selección periodistas y representantes de think tanks, Casey afirmó que la prolongada ocupación de ambos países era necesaria para cumplir un “constante compromiso de Estados Unidos de luchar contra el terrorismo y el extremismo en Oriente Medio”.
Las afirmaciones de Casey llegan en medio de indicios cada vez mayores de que se han frustrado los intentos estadounidenses de pacificar Iraq en el mismo momento en que la administración Obama está llevando a cabo nuevos despliegues de tropas que duplicarán el número de soldados en Afganistán hasta llegar a los 68.000 soldados.
Esta semana murieron otros dos militares estadounidenses, con lo que el número de soldados muertos en mayo es el más elevado desde el pasado mes de septiembre. El número total de soldados estadounidenses muertos desde que la administración Bush emprendió la invasión de Iraq en marzo de 2003 asciende a 4.302. Mientras tanto, para los iraquíes el pasado mes ha sido el más sangriento en un año. Ha habido más de 500 muertos en una serie de atentados suicida y asesinatos sectarios.
El Pentágono también hizo público el nombre de otro miembro del ejército estadounidense muerto el jueves. El capitán de fragata Duane Wolfe, de 54 años, jefe de las operaciones del Cuerpo de Ingenieros del Ejército en la provincia de Anbar en Iraq, murió con otras dos personas cuando estalló una bomba bajo su vehículo en la cercana ciudad de Faluya.
Mientras tanto cada vez hay más indicios de que uno de los principales puntales de la llamada oleada [de tropas] lanzada por la administración Bush en 2007 está empezando a desmoronarse. El “Movimiento Despertar” o Sahwa, que consistía en milicias mayoritariamente sunníes, la mayoría de ellas ex-resistentes, fue empleada como una fuerza de seguridad de barrio a cuyos miembros el ejército estadounidense pagaba hasta 300 dólares al mes. El pasado otoño Washington cedió la responsabilidad de las milicias al gobierno iraquí predominantemente chií que ha dejado de pagar a sus milicias y no ha cumplido su promesa de emplear a aproximadamente el 20% de los miembros de la milicia en las fuerzas de seguridad y otras agencias estatales. Además se ha detenido a dirigentes del Movimiento Despertar y ha habido enfrentamientos entre sus miembros y las fuerzas de seguridad del gobierno iraquí. El pasado jueves el ejército iraquí detuvo a otro dirigente de uno de los grupos de la milicia en su casa de Baquba, al noreste de Bagdad.
“Los estadounidenses crearon las milicias Sahwa para luchar contra al-Qaeda y luego las abandonaron”, declaró a USA Today otro dirigente de Despertar, el jeque Ali Hatem Sulaiman. “Los jefes de Sahwa están empezando a pensar que hubiera sido mejor permanecer con al-Qaeda”.
Según AP, Casey insistió en que sus declaraciones del martes acerca de que el ejército estadounidense siguiera ocupando Iraq y Afganistán otros 10 años “no pretendían discrepar con las políticas de la administración Obama”. Pero está claro que los preparativos que están discutiendo los altos oficiales del ejército estadounidense dejan en ridículo el denominado plan de retirada presentado por la Casa Blanca. Según el calendario anunciado por el presidente Obama en febrero, se supone que las “tropas de combate” estadounidenses abandonarán Iraq en agosto del año que viene y que todas las fuerzas militares estadounidense abandonarán el país para finales de 2011.
Esto no es ninguna sorpresa. Durante meses altos mandos militares han estado insinuando que puede que las condiciones sobre el terreno en Iraq obliguen a descartar este calendario. Varios comandantes estadounidenses ya han dejado claro que la supuesta fecha límite del 30 de junio para la retirada de las tropas estadounidenses de las ciudades iraquíes era más ilusoria que real. Las unidades estadounidenses seguirán con las operaciones de combate en la ciudad norteña de Mosul donde los conflictos latentes entre árabes y kurdos amenazan con estallar en una nueva fase de guerra civil.
Miles de soldados seguirán operando tanto en Bagdad como en la provincia de Diyala al norte de la capital. En otras zonas en las que las tropas se ha retirado a las bases seguirán llevando a cabo incursiones en las ciudades iraquíes aunque formalmente mantengan que esos ataques deben ser aprobados por el régimen iraquí.
Por lo que se refiere a la segunda fase, la retirada de las “tropas de combate” en agosto de 2010, los altos cargos del Pentágono han indicado que simplemente reclasificarán a tropas actualmente calificadas de tropas de combate y las llamarán unidades de apoyo o de adiestramiento para mantener una importante fuerza de ocupación en el país. Mientras tanto, el almirante Michael Mullen, presidente del junta del Estado Mayor, puso en cuestión la fecha límite de 2011 para la retirada en una entrevista en el programa de ABC News “This Week” el pasado domingo. “Tendremos que ver”, afirmó Mullen. “Los próximos 12 a 18 meses son verdaderamente críticos en este sentido”. Mullen continuó enfatizando que Washington estaba forjando una “relación a largo plazo” con Iraq y que “parte de ello es la posibilidad de que las fuerzas permanezcan ahí más tiempo; eso depende del pueblo iraquí y del gobierno iraquí”.
Los plazos para la retirada están recogidos en el acuerdo del estatuto de las fuerzas firmado entre Washington y Bagdad. El primer ministro Nuri al-Maliki ha insistido repetidamente que se cumplirán esas fecha. Se cree que esto se dice cara a la opinión pública iraquí donde la inmensa mayoría de la población se opone a la ocupación estadounidense. Entre bastidores, los altos cargos estadounidense e iraquíes están acordando anular ese calendario y mantener a las fuerzas estadounidenses.
Jane Arraf de Christian Science Monitor informó la semana pasada que como parte del intento de mantener la ficción de que se respeta la fecha límite para la retirada de tropas de las ciudades iraquíes, los comandantes de la ocupación estadounidense y el régimen iraquí habían acordado rediseñar el mapa de la Bagdad. Así, se declaró que la Base Falcon en el distrito Rasheed de Bagdad estaba fuera de los límites de la ciudad para que los 3.000 soldados estadounidenses desplegados en ella puedan seguir patrullando la tensa parte sur de la ciudad.
Al tiempo que declaraba abiertamente que su “escenario real” son “10 unidades del ejército y de los marines” (más de 50.000 soldados) desplegados durante una década en Iraq y Afganistán”, expresó su preocupación porque el ejército no fuera capaz de “reducirse en Iraq al acercarnos del calendario que henos establecido”. “Sería muy difícil mantener los actuales niveles de compromiso aquí durante mucho más tiempo”, afirmo el general refiriéndose a los 139.000 soldados y marines estadounidenses actualmente desplegados en Iraq.
La presión sobre el ejército estadounidense nunca ha sido tan grande con la administración Obama intensificando la guerra en Afganistán (Casey advirtió que “va a haber un gran combate en el sur”) y extendiendo la intervención a Pakistán. El jefe del ejército afirmó que con la concentración [de tropas] en Afganistán, el ejército tenía ahora 10.000 soldados más desplegados en ambas guerras que los que había bajo la administración Bush. Advirtió que un intento de seguir con los despliegues en los actuales niveles, con despliegues consecutivos de tropas, “llevaría al ejército al borde del desastre”.
Uno de los indicativos más duros de las muchas víctimas que casi ocho años de guerra y ocupación en Afganistán y más de seis en Iraq están causando al ejército estadounidense es el índice de suicidios en el ejército (más del doble de los que había en 2004) y la creciente incidencia de los problemas mentales, con más de 13.000 casos de estrés post-traumático diagnosticados por médicos militares en los últimos años (Véase: “US: Army base ordered on stand-down after multiple suicides”).
En observaciones hechas a principios de este mes Casey señaló el mismo estrés entre los militares e indicó que había una “delgada línea roja” que si se sobrepasaba, “rompería” el ejército. “Esto se puede arreglar de dos maneras”, afirmó, “aumentando las fuerzas o disminuyendo la necesidad”.
Es evidente que la necesidad de carne de cañón no disminuirá ya que Washington intensifica sus intervenciones militares. Aumentar las fuerzas de manera sustancial pone en cuestión la viabilidad de los militares “voluntarios” y plantea la posibilidad de restituir el servicio militar obligatorio.
Lo que quizá es más destacable de la declaración de hecho realizada por Casey de que Estados Unidos emprenderá una guerra colonial en Iraq y Afganistán durante al menos otros diez años (y, como él señaló, llevando a cabo además nuevas guerras en cualquier lugar del planeta) es que no haya suscitado ninguna cobertura seria por parte de los medios dominantes y, mucho menos, ningún atisbo de protesta en la clase política.
Aunque en gran parte Barack Obama debe su elección como presidente al profundo sentimiento en contra de la guerra de la población estadounidense, la medida adoptada por su administración de intensificar el militarismo estadounidense y aumentar el número de soldados estadounidenses a los que se envía al combate goza del apoyo de la clase dirigente estadounidense y de sus dos partidos mayoritarios.
El consenso que hay detrás de la continuación y escalada de las guerras estadounidenses de agresión encontró una incuestionable expresión en el apoyo de una abrumadora mayoría de 86 votos contra 3 en el Senado estadounidense a favor de un presupuesto de más de 91.000 millones de dólares para seguir dotando de fondos a ambas guerras hasta septiembre. La ausencia de oposición plantea la cuestión obvia de por qué hubo al menos una apariencia de disensión con la política de guerra de la administración Bush dentro del Partido Demócrata. A todas luces no se trataba de una oposición a las guerras de agresión o a una política exterior imperialista. Los demócratas no menos que los republicanos siguen comprometidos con lograr los objetivos originales de ambas guerras: contrarrestar el declive económico estadounidense por medios militares para imponer la hegemonía estadounidense en regiones del planeta estratégicamente vitales y ricas en petróleo. Las diferencias que hubiera era en gran parte cuestión de tácticas, no de estrategia; de estilo, no esenciales.
Mientras que la clase dirigente utiliza a la administración Obama para crear una apariencia de consenso político acerca del militarismo estadounidense dentro del Washington oficial, la hostilidad hacia estas guerras no hace sino aumentar entre amplias masas de trabajadores. Cada vez más su oposición se unirá a luchas contra los cada vez mayores ataques al empleo y al nivel de vida, con lo que se crearán las condiciones para explosiones políticas y sociales en el propio Estados Unidos.
Enlace con el original: http://www.wsws.org/articles/2009/may2009/iraq-m29.shtml
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